Domingo XXVII - B
Las lecturas de hoy, dan un giro a los temas tratados los domingos pasados. Nos proponen reflexionar sobre la realidad del matrimonio, o lo que es lo mismo sobre la realidad del amor. Aunque nos pueda parecer que las dificultades de vivir como pareja son consecuencias de estos tiempos que corren, las lecturas nos reflejan que es un tema que viene de lejos.
Por lógica, porque no puede ser de otra manera, el matrimonio cristiano exige y posibilita la fidelidad total y para siempre, y ¿por qué? porque así es la fidelidad de Dios para con nosotros, total y para siempre.
Sin embargo, esto no impide que busquemos soluciones para los casos en que el amor, esencia del matrimonio, o bien no existió de verdad, o bien ha muerto por el motivo que sea. Para tales casos, más frecuentes de lo que sería de desear, la acogida de los que queremos seguir los pasos y las actitudes de Jesús, conseguirá una solución satisfactoria y coherente con el evangelio.
Porque es verdad, hay muchos matrimonios que se separan, muchos matrimonios que se rompen. Pero son muchísimos más los que dijeron un día el sí con sinceridad, y pasado el tiempo, siguen diciendo que sí, y consiguen vivir sus vidas apoyándose el uno al otro y sacando adelante un proyecto, cargado de dificultades, pero que les sigue animando y marcando el camino. Estos ejemplos, que son muchos, no salen en las estadísticas y nadie piensa que merezca la pena mencionarlos.
Las enseñanzas de la Iglesia emanadas del último Sínodo de Obispos y la doctrina del Papa Francisco, nos obliga a ser comprensivas, a no cerrar las puertas a nadie y a desterrar de nosotras todo lo que signifique rigorismo absoluto e intransigencia.