Domingo Primero de Adviento - C
Comenzamos hoy el tiempo de Adviento, tiempo de conversión, tiempo de esperanza, tiempo de ilusión, tiempo en el que nos preparamos para recibir como se merece a Jesús Niño, que de nuevo va a nacer en medio de nosotros, y tiempo también para pensar en la venida definitiva de Jesús al final de los tiempos.
Lucas nos exhorta en este primer domingo del nuevo año litúrgico a estar vigilantes, a despertar del sueño. Estar atentos es la actitud de espera. Y la espera nos vuelve atentos. Se trata de esperar al Señor, pero sin tensión. Estar despiertos es despertar la fe en la comunidad; es estar atentos al Evangelio de Jesús; cuidar su presencia en medio de nosotros.
El evangelista presenta la venida del Señor rodeado de gran poder y de gloria. Pero, aunque los poderes del mundo tiemblen, no temáis. Él viene a liberarnos. El miedo y la ansiedad contrastan con la esperanza de los discípulos. El aviso a los discípulos implica dos advertencias: Que no se embote la mente con el vicio, la bebida y el dinero. Llamada a la vigilancia, a la oración para pedir fuerza.
Lucas también nos dice que “levantemos la cabeza, pues se acerca vuestra liberación”. Jesús es nuestro liberador. ¡Deseamos liberarnos de tantas cosas!: costumbres, personas, afectos, cosas… Todos tenemos la experiencia de que nos cuesta liberarnos. El Reinado de Dios se irradia a través de los constructores de paz y de las personas que trabajan por una sociedad más justa y solidaria. Para que se produzca esta liberación hay que saber leer y descubrir los signos de los tiempos.
Una advertencia nos hace este evangelio: “Tened cuidado de que no se os embote la mente” . No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del cielo y a sus hijos que sufren en la tierra, pues este estilo de vida os hará menos humanos.
Hay que evitar vivir con frivolidad y tratar de vivir más lúcidamente. Nunca es tarde para escuchar la llamada del Señor para discernir y despertar de esa frivolidad y asumir la vida de manera más responsable.
Todo lo anterior nos mueve a vivir con esperanza. La esperanza cristiana es el entramado de la vida. La verdadera esperanza ni embota ni adormece, sino que nos desinstala y nos pone en pie. La esperanza multiplica las fuerzas para superar los obstáculos y los cansancios de la vida. El Adviento es tiempo de esperanza porque se acerca nuestra liberación.