Domingo Segundo de Adviento - C
Al evangelista Lucas le gusta insertar los acontecimientos de la historia de la salvación en la historia universal de su tiempo. Por eso en el evangelio de hoy nos indica aquí con toda la precisión el reparto geográfico y los diferentes poderes políticos o sacerdotales que estaban presentes en el momento en que Juan Bautista inicia su predicación.
Juan vivía en el desierto, pero ahora Dios le confía el mandato de “proclamar un bautismo de conversión para perdón de los pecados”. En ninguna parte se puede escuchar mejor que en el desierto la llamada de Dios a cambiar el mundo. El desierto es el lugar donde se vive de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo.
Por eso, algunos profetas añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida más sencilla y mejor enraizada en lo esencial, una vida todavía sin distorsionar por tantas infidelidades a Dios y tantas injusticias con el pueblo. En este marco del desierto, el Bautista anuncia el símbolo grandioso del «Bautismo», punto de partida de conversión, purificación, perdón e inicio de vida nueva.
La misión del Bautista es iluminada mediante la cita de Isaías 40, pero mientras que Marcos y Mateo dicen “Preparad los caminos del Señor, allanad los senderos”, Lucas añade: “Y todos verán la salvación de Dios” indicando una dimensión universal de la salvación que nos llega a través de Jesús.
¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones. Dios está siempre cerca. Somos nosotras las que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.
Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y fundamentales: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todas; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión.
El Señor que vino hace dos mil años y que vendrá al final de los tiempos, viene también a nosotras en el hoy de nuestra historia y de muchas formas se acerca para tocar suave o fuertemente a la puerta de nuestros corazones. Por tanto: ¡despójate de la impaciencia con que sueles tratar a algunas personas y revístete de la paciencia, tratando a todas con máxima afabilidad! ¡Despójate del egoísmo y de los apegos a las cosas y a las personas para revestirte de actitudes de generosidad y desprendimiento! ¡Despójate de la insensibilidad frente a las necesidades del prójimo y revístete de la caridad que se hace concreta en actitudes e iniciativas de ayuda y apoyo, de solidaridad! ¡Despójate de los chismes, de la difamación, de la calumnia, de hablar mal de personas ausentes!
Nuestra tarea, hermanas, es preparar los caminos del Señor: "que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale". ¿Cuál es nuestra colina? Quizá sea nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. Pero podemos también vivir sin valorarnos, con una falsa humildad y abatimiento. Por eso se nos dice que nos levantemos y reconozcamos los dones que Dios nos ha dado para ponerlos a disposición de las hermanas. A veces nos empeñamos en caminar por caminos tortuosos o escabrosos. Dios quiere que eliminemos los baches y las curvas que nos desvían de la senda verdadera.
Sigamos avanzando por el camino del Adviento con alegría, con esperanza, quitando los obstáculos para acoger la salvación que Dios nos trae en Jesús.