Domingo 2 Cuaresma - C
El evangelio de este domingo nos relata la experiencia vivida por los amigos más cercanos de Jesús, Pedro, Santiago y Juan: la transfiguración de Jesús y la significación de este hecho en los discípulos.
Juan y Santiago callan… Pedro expresa su particular manera de comprender lo vivido. Como a cada una de nosotras nos sucede en tantas ocasiones. Y es que a nadie le amarga un dulce y la tendencia es a “quedarnos en aquellas creencias, razones y conductas que nos permiten mantener nuestro espacio de confort. Cuántas veces decimos, en silencio o con palabras, también con acciones que preferimos quedarnos cerca de Jesús, sin “choza”, pero abrigadas por su cercanía. ¡Qué bien se está aquí! Sería bueno que nos quedáramos en esta intimidad, tranquilas, cerca de Jesús, lejos de lo que sigue sucediendo en el llano, sin problemas ni responsabilidades, porque ya se encargarán los demás de arreglarlo. ¡Qué bien se está aquí! ¡Sería bueno que nos quedáramos aquí!
Imagino a Jesús, acogiendo esta petición, ingenua, pero honesta de Pedro. Sin embargo, Jesús le vuelve a la realidad. Es como decirles, no habéis entendido nada de lo que os he querido compartir. Esto ha sido una primicia solo para vosotros y mostrarles la verdad más profunda de Dios y del ser humano. Hacia ahí tenemos que caminar, porque este es el sueño de Dios para todos. La transfiguración de Jesús nos hace entrever nuestra propia transfiguración a la que somos invitadas.
Pero, hay que regresar a lo cotidiano, hay que bajar al llano donde luchan y sufren nuestros hermanaos, los hombres. Hay que rechazar esta tentación del intimismo, de la huida, de no quererse enfrentar a la realidad cotidiana, ni afrontar los problemas de la vida.
También nosotras como Pedro quisiéramos eternizar el reposo, la contemplación, sin embargo, es necesario bajar de nuevo. La montaña es bella, pero el lugar cotidiano es la vida, lo cotidiano, con su aburrimiento, banalidad, fatiga, contradicciones, luchas etc… Pedro confunde la pausa con el final. El Papa Francisco nos dice: “Fuera el pararse en una contemplación que ni entiende ni atiende a lo que nos pasa a los hombres y mujeres de este mundo”.
La voz de Dios le va a corregir revelando la verdadera identidad de Jesús. Las palabras de Jesús son claras: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. Su voz es la única que debemos escuchar.
La transfiguración es una gran revelación que confirma quién es Jesús, el Mesías esperado, el Hijo de Dios. Es un alto para coger fuerzas, para recuperar la esperanza. Lo de Jerusalén va a ser duro, pero el final va a ser bueno. Jesús anticipa su gloria.