Domingo 14 - A 2023
Vamos a escuchar despacio y con el corazón abierto las palabras que Jesús nos dirige hoy en el evangelio.
“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”.
Todas tenemos que dar muchas gracias a Dios porque se nos ha revelado de forma gratuita e inmerecida. Y se nos has revelado porque nosotras formamos parte del grupo de los sencillos. Dios ama lo pequeño, lo pobre, lo sencillo, Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, nos dice el Magníficat.
Esta afirmación de Jesús tiene que llenar de alegría nuestros corazones y tenemos que agradecerle que haya querido revelarnos su Misterio de amor. Así le ha parecido mejor al Padre. Así es Dios con nosotras cuando somos sencillas, cuando lo acogemos con fe y amor.
Cada una de nosotras sabemos cómo Dios Padre se nos ha ido manifestado, cómo nos ha ido revelando su bondad, su amor, su ternura, su perdón por caminos , a veces, impensables, imprevisibles.
Dios se nos ha ido regalando día a día. Nada ni nadie ha logrado separarnos de él, ni siquiera nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestro pecado. Él nos ha estado acompañando a cada una en los diferentes momentos que nos han tocado vivir, como un Padre lo hace con su hijo pequeño.
Nos ha dado a conocer su bondad y su misericordia. Nos ha dado a conocer a su Hijo, Jesús, y a través de sus palabras, sus gestos y su vida entera, nos está revelando su Amor insondable.
Dios sólo nos pide que sigamos caminando en su presencia, día a día, con corazón sencillo, pobre, humilde, confiado y agradecido.
“Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Nos gozamos de la unión tan íntima que hay entre el Padre y el Hijo, expresamos a Jesús nuestro deseo grande de conocer al Padre y le pedimos con oración intensa que nos le revele, pues es el único que puede hacerlo, Le decimos a Jesús como Felipe: “Muéstranos al Padre y nos basta”
“Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.
Todas estamos llamadas a escuchar con agradecimiento y consuelo esta invitación que nos hace Jesús ya que todas, en un momento u otro, nos sentimos cansadas, abrumadas por el sufrimiento, sin fuerzas para seguir adelante, agobiadas por el dolor. Nos sentimos pequeñas y frágiles, pero tenemos que tener la convicción que el Señor está con nosotras, sosteniendo nuestras vidas. Él es nuestro alivio, nuestro consuelo, así nos lo ha prometido Él.
Acudamos, pues, a él en los momentos difíciles, cuando el dolor nos apriete. Lo encontraremos, antes que nada, en nuestro corazón, en los sacramentos, en las hermanas, en muchas mediciones que él nos ofrece. Sólo se nos pide que le invoquemos con fe: “Señor, ten compasión de mi”
“Cargad con mi yugo y aprended de mi que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso, Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”
Cuando nos hallemos abatidas, cuando nos sintamos desbordadas por el sufrimiento, sin fuerzas para llevar la cruz, unamos nuestra cruz a la de Cristo. Suframos unidas a él, llenando nuestro sufrimiento de amor, así sentiremos que nuestra carga se hará más llevadera y hasta más ligera. Vivamos nuestro sufrimiento unidas a Jesús, y al sufrimiento de tantos hombres y mujeres para los que la vida es una carga pesada.
Ofrezcamos nuestras crucifixiones por tantos y tantas personas que en el mundo viven crucificados. Carguemos con nuestras cruces y hagamos de ellas un acto de ofrenda al Padre, un acto de amor a los que sufren, un acto de amor al mundo entero. Nuestras cruces se iluminarán por dentro, nuestro amor dará un sentido nuevo a nuestro dolor. Sólo se nos pide que carguemos con la cruz como Jesús: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya”
Jesús nos invita a aprender de él. Es la única vez en el evangelio que Jesús se pone de modelo. Aprendamos de Jesús que supo vivir su sufrimiento con paciencia, con aceptación, con amor.
Tenemos que aceptar el yugo de Jesús pues es suave, hace la vida más llevadera. Y no es que Jesús no sea exigente, sino que el yugo de Jesús es el del amor, un amor que libera a las personas, que despierta en los corazones el deseo de hacer el bien y el gozo de la alegría fraterna.
Tenemos que aprender a vivir como vivió Jesús. Jesús no complica la vida, la hace más sencilla, más llevadera, más humilde. No agobia a nadie. Al contrario, libera lo mejor que hay en nosotras. Tenemos que procurar no poner cargas en la vida de las demás, sino ser alivio, pues la vida de por sí es ya demasiado dura para endurecérnosla nosotras más. Que seamos tan acogedoras, que demos tanta confianza, que cuando una hermana sufra pueda acudir a nosotras buscando alivio y descanso. Se lo pedimos así al Señor.