Domingo 15 - A 2023
La parábola que nos presenta el evangelio de este domingo es una de las más conocidas, en ella Jesús recurre a la experiencia del trabajo del campo para llamarnos la atención sobre las disposiciones o las actitudes que tenemos ante la Palabra de Dios que se nos transmite.
Jesús lo que nos está diciendo con esta parábola es que tenemos que por tener un corazón “bien arado y abonado” para que la Buena Nueva de Jesús penetre hasta lo más profundo de nuestro ser y de nuestros valores de modo que podamos dar fruto abundante. No es suficiente, pues, conocer o identificar el terreno en el que estamos, hay que dar un paso más y poner todos los medios para que el terreno sea el que está bien dispuesto para acoger la Palabra.
Presenta cuatro tipos de terrenos para sembrar la Palabra:
1º La semilla que cae al borde del camino se refiere a los que oyen el mensaje del Reino, su Palabra, pero no lo acogen, es decir, escuchan superficialmente, sin implicar su vida, entonces el maligno lo arrebata del corazón.
El 2º terreno habla de aquellos que escuchan el mensaje con entusiasmo, pero les falta constancia, no tienen fortaleza interior para soportar el envite de los problemas o las persecuciones que vienen precisamente por acoger la Palabra. Estas piedras se convierten en obstáculos para que la semilla eche raíces profundas y pueda asentar en el corazón.
El 3º Jesús lo identifica con aquellos que escuchan el mensaje del Reino, pero los problemas de la vida y el apego a las riquezas, terminan por sofocarlo. Estos son los cardos, realidades que se contraponen al Reino, especialmente las riquezas. Cuando comparten espacio con la tierra, se convierten en elementos que dificultan el crecimiento de la semilla hasta incluso ahogarla e impedir el fruto.
El 4º es el terreno bueno, tierra fértil. Es la tierra que tiene toda la potencialidad para dar fruto y está limpia de obstáculos y enemigos de la Palabra. La fertilidad está en la actitud de escucha, en prestarla atención, en acogerla. Cada semilla, convertida en espiga, cada persona que acoge el mensaje del Reino, produce el fruto del que es capaz: 100, 70, 30. Jesús no pone en la diferente cantidad, sino en el hecho mismo de producir fruto.
La parábola describe la misión de Jesús y las diferentes actitudes de acogerlo que encuentra. Jesús, desde el principio, está anunciando la llegada del Reino. Está lanzando, como un sembrador el mensaje del Evangelio. Con su predicación hace llegar a todos la semilla, la Palabra del Reino. Todos escuchan, pero la respuesta es muy variada. Por un lado, están los que no quieren acogerlo, como son los dirigentes judíos. Por otro, los que lo acogen de manera superficial no llegando a la conversión del corazón, tienen piedras y zarzas que impiden que la semilla produzca el fruto. Finalmente están, los que acogen con sinceridad y radicalidad la semilla y dejan que produzca su fruto, cada uno respondiendo desde su capacidad y su situación.
Cada una debemos preguntarnos si somos parte de esta tierra buena en la que la Palabra de Dios pueda ser fecunda. Es necesaria nuestra colaboración: tenemos que acoger la palabra que Dios siempre siembra en nosotras, con un corazón abierto y bien dispuesto. Debemos preguntarnos qué parte de semilla cae a la “orilla” de nuestra vida: nuestros intereses, nuestras preocupaciones, y se pierde; qué parte cae entre las “piedras” de nuestra vida: las prisas, la falta de silencio, de oración, de falta de interioridad que me impide la intimidad con Jesús; qué parte de semilla cae entre “zarzas o abrojos”: preocupaciones, trabajo, problemas, que ahogan el crecimiento de la buena semilla.
Esta parábola nos habla hoy a cada una de nosotras como hablaba a los oyentes de Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotras somos el terreno en el que el Señor echa incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposiciones la acogemos?, ¿Cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece? ¿A un camino, a un pedregal, a una zarza?
De nosotras depende convertirnos en tierra buena no solo sin espinas ni piedras, sino también roturada y cultivada con esmero para que pueda dar buenos frutos para nosotras y para nuestras hermanas, la parábola del sembrador nos ayuda a entender, en primer lugar, que somos una tierra que necesita ser sembrada, ya que sin la semilla que nos viene de arriba, seríamos incapaces, nosotras solas, de dar frutos de salvación.