La Transfiguración del Señor - A 2023
En el evangelio nos encontramos con el relato de la Transfiguración que tantas veces hemos meditado en nuestra oración. La transfiguración es icono de la vida monástica. También a nosotras el Señor nos ha conducido al monte para que experimentemos la gloria del Señor, para que contemplemos su Rostro.
Jesús toma consigo a sus tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan y sube a la montaña del Tabor y se transfigura delante de ellos. “Subir a una montaña” en el contexto bíblico significa ir al encuentro de Dios, para lo que será preciso hacer una penosa ascensión, dejando seguridades e incluso cargar con la cruz: quien quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
La cima de los montes en la Biblia fue lugar de manifestación de Dios, a la que siempre precedió el sufrimiento: así había subido Abrahán con su hijo Isaac al monte Moria, así también Moisés, al subir Horeb y al Sinaí, y Elías al Carmelo, etc..
Hasta ahora los discípulos habían descubierto la humanidad de Jesús y ahora se les revelará su divinidad, su identidad de Hijo de Dios. Jesús aparece “con el rostro resplandeciente como el sol y con los vestidos blancos como la luz”. Y en compañía de Moisés y Elías que simbolizan en Antigua Testamento, la Ley y los profetas.
Con esto Jesús pretendía levantar el ánimo de sus discípulos desilusionados, que después serán los testigos más cercanos de su agonía en el huerto de Getsemaní. En las dos ocasiones los apóstoles están “se caían de sueño”. El sueño es signo de nuestra pobre condición humana, aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa. Jesús les mostró con su Transfiguración, un anticipo de la gloria de su Resurrección, tras sufrir la pasión y la muerte.
Pedro, seducido por lo que está viviendo, interviene espontáneamente: “Señor, ¡qué bien estamos aquí!” Pero Pedro no ha entendido bien las cosas: quiere hacer tres tiendas, “una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías”, Pedro se equivoca pues quiere instalarse en la experiencia del monte; se olvida de la gente que los necesita; no quiere volver a la vida cotidiana; no quiere bajar para seguir el camino que conduce hasta la cruz.
Es la tentación del intimismo, de la huida, de no quererse enfrentar a la realidad cotidiana, ni afrontar los problemas de la vida. Quisiera prolongar indefinidamente ese instante que, por el contrario, debería servir para ponerse en camino.
También nosotras, como Pedro, quisiéramos "eternizar" el reposo, la contemplación. Es hermoso permanecer sumergidas en la luz. Es bonito permanecer ausentes de la lucha que se libra allá abajo... Sin embargo, es necesario bajar de nuevo. La montaña es bella. Pero el lugar de nuestro vivir cotidiano es la vida, lo cotidiano, con su aburrimiento, banalidad, fatiga, contradicciones etc... Pedro confunde la pausa con el final. El Papa Francisco nos dice: ¡Fuera el pararse en una contemplación que no entiende ni atiende a lo que nos pasa a los hombres y mujeres de este mundo! Y nosotras debemos estar dispuestas a bajar de la montaña para atender las necesidades de nuestras hermanas.
“Estando Pedro todavía hablando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadle” Su voz es la única que debemos escuchar, no debemos dejarnos seducir por otras voces. Sólo por aquellas que nos lleven a él.
En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley. Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato: escuchad a Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.
Hermanas, hoy Jesús nos hace una llamada a subir a la montaña. Pero para subir a la montaña tenemos que estar ligeras de equipaje, dejando atrás apegos y ataduras. Debemos tener una gran fe para resistir, pues a veces, no vemos nada; Y es mejor subir acompañadas que solas. Este es el don de la comunidad, poder contar con hermanas que hemos que transitamos por el mismo camino, buscando a Dios, siguiendo a Jesús por el camino del Evangelio.
Y al llegar hay que escuchar y esperar que nos envuelva la nube, y dispuestas a cargar con la cruz y los trabajos de la vida. La experiencia del Tabor ayuda a: crecer en fe; a fortalecer la esperanza; a ensanchar el amor.
Dios sabe que necesitamos estas experiencias. Y al bajar del Tabor, tenemos que ser testigos de lo que hemos experimentado para que los que nos vean puedan descubrir a Dios en nosotras. Testigos del Dios vivo.
Y al llegar hay que escuchar y esperar que nos envuelva la nube, y dispuestas a cargar con la cruz y los trabajos de la vida. La experiencia del Tabor ayuda a: crecer en fe; a fortalecer la esperanza; a ensanchar el amor.
Dios sabe que necesitamos estas experiencias. Y al bajar del Tabor, tenemos que ser testigos de lo que hemos experimentado para que los que nos vean puedan descubrir a Dios en nosotras. Testigos del Dios vivo.