Domingo 24 - A 2023
Mateo 18,21-35
En el Evangelio de este domingo Jesús nos habla de la necesidad de perdonar a los hermanos. No es fácil perdonar, todas los sabemos. Hay ofensas y heridas que permanecen golpeando por mucho tiempo nuestro corazón. A veces, se oye decir, e incluso nosotras decimos: “Perdono, pero no olvido”. ¡No consigo olvidarme! Resentimientos, tensiones, difamaciones, hacen difícil el perdón y la reconciliación. ¿Por qué perdonar es tan difícil?
Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.
Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquel grupo de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».
Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respiraba en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.
La respuesta de Jesús es: ¡Setenta veces siete! Jesús mira más lejos. Elimina todo posible límite al perdón: “¡No hasta siete, sino setenta veces siete!” ¡Setenta veces siempre! Porque no hay proporción entre el perdón que recibimos de Dios y nuestro perdón dado al hermano. Para aclarar la respuesta dada a Pedro, Jesús cuenta una parábola ¡Es la parábola del perdón sin límite!
En esta parábola Jesús nos presenta de manera convincente la enseñanza sobre el perdón y la misericordia. Nos muestra la incoherencia del que ha sido perdonado y se niega a perdonar.
La parábola nos cuenta que un empleado de un rey le debía diez mil euros, pero tuvo lástima de él y le perdonó la deuda. Pero este empleado, a su vez, tenía un deudor que le debía cien euros y en vez de perdonárselos como habían hecho con él, lo metió en la cárcel hasta que lo pagara. El rey se enfadó y le hizo pagar la deuda que le había perdonado diciéndole: “¿no debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?
La relación es clara: si pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas, también nosotras debemos perdonar a los que nos ofenden, en la misma medida. Y eso mismo es lo que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Porque esos que “nos ofenden” también son hermanos nuestros, a los que hemos de aceptar y querer.
La enseñanza de la parábola es fácil de entender, pero es bastante difícil de practicar, sobre todo cuando la fe y el amor son débiles y, en cambio, el espíritu de venganza, el odio rencoroso y la agresividad innata en nosotras son fuertes.
La enseñanza que extrae Jesús de la parábola es ésta: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
Como comunidad que perseguimos un ideal, un sueño posible, tenemos que dar y recibir el regalo del perdón con frecuencia y prontitud. Retrasar el perdón para el día siguiente no es un buen método. Hagamos caso al apóstol Pablo, del que tomará la sentencia san Benito, de “no permitir que se ponga el sol sobre nuestro enojo”