Domingo 23 - A 2023
El evangelio de este domingo está en el contexto de la catequesis sobre la vida de la comunidad. De ahí que plantea uno de los aspectos fundamentales del amor entre hermanas, como es la CORRECCIÓN FRATERNA, tarea nada fácil y, sin embargo, una constante en la pedagogía de Dios. Amar al prójimo, según Jesús, no es siempre sinónimo de callar; muchas veces exige y obliga a hablar, orientar, guiar, corregir en caridad.
Vivimos en comunidad, compartiendo fe, vida, oración, bienes materiales y todas tenemos una gran responsabilidad sobre la salvación de nuestras hermanas. La corrección fraterna es una exigencia evangélica.
Somos una comunidad de fe: es precisamente nuestra fe en Jesús lo que nos congrega y vincula, y esa es nuestra dicha, nuestra bienaventuranza; pero somos una comunidad en camino, una comunidad mujeres que todavía no han llegado a la perfección, que necesitan seguir aprendiendo y creciendo en el seguimiento de Jesús.
Y todo esto significa que somos corresponsables unas de otras. Aunque cada una es responsable de sí misma, no es cierto que cada una responde en exclusiva de sí misma, porque la responsabilidad que Jesús nos ha confiado, esa misión que todas debemos llevar adelante, tiene mucho que ver con la preocupación por las demás. Jesús nos lo enseña hoy, con realismo, de manera directa y explícita: la corrección fraterna es parte esencial de la vida de la comunidad de las seguidoras de Jesús.
¿Cómo hacer la corrección fraterna? El evangelio nos propone un procedimiento sencillo: Primero, debemos llamar “a solas” a quien queremos ayudar a cambiar. Si el diálogo surge efecto, el asunto queda entre los dos. Si no hace caso podemos llamar a uno o dos amigos para que la invitación a cambiar quede corroborada por los testigos. Igualmente, si la llamada surge efecto todo queda entre los tres y basta. Finalmente, si no escucha a los testigos, se ha de comunicar a la comunidad para que ésta quede al tanto de la reiterada invitación a cambiar que se le ha hecho a la persona. Es importante el orden: a solas, dos o tres y la comunidad. A veces se nos olvida y antes que la persona se entere ya ha sido condenada por todo el mundo. Corregir a los hermanos es una forma de expresarles nuestro amor.
El Señor nos llama, una y otra vez, a la necesidad del perdón, de la reconciliación entre nosotras, pues lo que hagamos en la tierra tiene efecto en el cielo.
Pidamos, desde la fuerza de la oración, que seamos capaces de discernir nuestra propia vida, de construir una comunidad más auténtica, y de que, nuestra maduración en la fe vaya creciendo de tal manera que gustemos y acojamos la corrección como un camino hacia la perfección humana, personal y comunitaria.
A Pedro le había dado la potestad de atar y desatar los pecados, ahora Jesús se lo da a la comunidad y nos asegura su presencia en medio de nosotras cuando nos reunimos en su nombre.