Domingo 28 - A 2023
Jesús, en la parábola que nos propone hoy la liturgia, como en la de los domingos anteriores, interpreta la historia de Israel. Va dirigida a los “sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo”, pero esta palabra siempre es viva y eficaz e interpreta también nuestra historia.
Jesús, mediante parábolas como esta de las bodas del hijo del rey, sigue diciendo a los judíos –a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo- que ellos fueron los primeros llamados, pero no los únicos.
También han sido llamados los pueblos gentiles, los pueblos no judíos. Es más, estos –los gentiles- serán los primeros en entrar en el Reino de los Cielos, porque han escuchado al hijo, a Jesús, y le han seguido. Los judíos, en cambio, serán los últimos en el Reino de los Cielos, porque no han creído a Jesús y le han negado. Han rechazado la oferta de salvación que Dios les ofrece.
Esta idea la han venido repitiendo las lecturas de los últimos domingos. Lo que nos choca, al menos a primera vista, en la parábola de hoy, es lo del siervo echado fuera de la sala del banquete por no llevar el traje de fiesta. Si el rey había ordenado a sus criados que recogieran a todos los que encontraran por el camino, buenos y malos, y los convidaran a la boda de su hijo, ¿por qué se irrita ahora tanto al comprobar de que entre estos hay algunos mal vestidos y poco preparados para celebrar una fiesta?
Pero la poca lógica en la narración de esta parábola contada por Mateo no debe ocultarnos la verdadera intención del mensaje que el autor de la parábola –Jesús- quería transmitir a sus oyentes. El hecho de que la invitación sea para todos, buenos y malos, en ningún caso quiere decir que los invitados puedan asistir a la boda sin la preparación debida, sin el traje de fiesta. A todos, a los primeros y a los últimos, a los judíos y a los gentiles, se nos exige para entrar en el Reino de los Cielos una disposición interior y exterior adecuada, se nos exige, sobre todo, una actitud de conversión y de coherencia con evangelio. Este es el traje de fiesta.
Cuando decidimos aceptar la invitación a las bodas del Reino, tenemos que aceptar la responsabilidad y las exigencias que comporta. No se puede presentar uno sin el traje de bodas. Es ahí donde el evangelio pone el dedo en la llaga. Dios quiere de nosotros una respuesta, y no una respuesta de cualquier manera. Hay que ponerse el traje de bodas, el traje del amor, el traje de la gratuidad, el traje del perdón, el traje de la fidelidad…
Dios nos hizo libres y quiere que ejerzamos la libertad. Dios llama, pero el hombre tiene que responder. La vocación cristiana no es una garantía mágica de salvación, hay que vivir en coherencia con lo que nos pide el Evangelio.
Esto nos lleva a la conclusión de la parábola: “Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos” Dios invita a todos, pero espera una respuesta positiva, algunos prefieren perderse la fiesta o no van con la actitud - traje interior- adecuada, San Agustín decía: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Nosotras también somos invitadas a un banquete, no podemos olvidarlo. El Señor nos invita a cada una a la fiesta de su Reino dónde sólo hay abundancia, fraternidad, gratuidad. Ojalá el Señor nos encuentre atentas a su llamada y dispuestas a responderle.