Domingo 13 - B 2024
En el evangelio de hoy vemos a Jesús defender la vida de dos mujeres, una que estaba a punto de morir y otra que estaba muerta en vida. La primera era una niña de doce años. Su padre, Jairo, un jefe de la sinagoga judía, tenía una fe ciega en el poder de Jesús y no le importaros las críticas y las burlas que podrían venirle de los judíos piadosos que acudían cada semana a escucharle a él en la sinagoga. Y la segunda una mujer anónima, afectada por flujos de sangre
Podríamos titular este texto «dos en uno» o «dos por uno». Ya que en el relato evangélico de un milagro se inserta otro para aumentar el dramatismo del primero. Cuando Jairo, jefe de la sinagoga, llega a los pies de Jesús pidiendo la curación de su hija, ésta está gravísima, pero viva. Y Jesús se va con él para curarla.
En el camino «se entretiene» porque la gente le rodea y no le deja avanzar. Es el momento para situar el evangelista el milagro de la curación de la mujer con flujos de sangre. Mientras tanto, la hija de Jairo muere: «¡Es inútil ya que el Maestro venga! ¡Ha muerto!», anuncian los amigos al padre de la niña.
Los dos milagros tienen un denominador común: una situación desesperada. No hay nada que hacer. La mujer está desahuciada por los médicos y la niña, muerta. Es el límite. Cuando ya nada pueden hacer los hombres, Jairo y la mujer enferma acuden a Jesús.
Jairo es jefe de la sinagoga, persona relevante, y se acerca a Jesús abiertamente. La mujer es una «doña nadie», sin nombre, sin títulos, una de tantas que llegan atraídas por lo que la gente cuenta de Jesús; la enferma se aproxima a Jesús con una secreta confianza, sin que nadie, ni el mismo Jesús, se dé cuenta. Pero, Jesús entre la multitud nota que alguien le ha tocado.
Jesús, sanando a una mujer legalmente marginada por impura, a una persona herida en lo más profundo de su ser: (la sangre es la vida), aparece como el único médico capaz de otorgar al ser humano su genuina dignidad, la vida verdadera y la paz auténtica. Resucitando a la hija de Jairo, el poder de Jesús se hace todavía más palpable. Es capaz de comunicar la vida incluso al que yace en la muerte.
Ambos prodigios revelan el poder de Jesús y resaltan el poder de la fe: una fe sencilla, pero firme (la mujer enferma de hemorragias); e incluso fe probada (la de Jairo), que contrasta con la perplejidad de los discípulos en la tempestad del lago y que se convierte en modélica para el lector cristiano.
Jesús, en ambos casos, deja claro que es la fe lo que le mueve a manifestar su poder. Curando a la mujer (no porque le haya tocado, sino porque se ha acercado a Él con fe), y resucitando (haciendo que se "levantara") a la hija de Jairo (que, pase lo que pase, no desfallece en su fe). En ambas ocasiones la fe de aquellos que a Él se acercan, es la que hace que "salga fuerza de él" que salva.
Todos podemos vernos en situaciones extremas en las que ya nada se puede hacer como. Las palabras de Jesús a Jairo: “No tengas miedo, basta con que sigas creyendo”, las palabras de Jesús a la hemorroisa: “hija, tu fe te ha curado” nos ayudarán a no dejarnos dominar por el miedo y la desesperación. A acudir a Jesús, a confiar en Él.
Pidamos a Jesús que aumente nuestra pobre fe, que nos ayude a confiar y a abandonarnos en sus manos. Él sabe…
El domingo anterior Jesús mostraba su poder a los apóstoles al calmar el mar y el viento y les reprochaba su falta de fe; sin embargo, hoy vuelve a mostrar su poder y lo que es capaz de hacer cuando se pone la fe en Él. Hoy Jesús demuestra su capacidad para dar la vida sin importar el tipo de muerte por la que estemos cursando.
En primer lugar, encontramos una mujer con flujo de sangre por muchos años, lo que significa estar muerta en vida, pues con esta realidad no podía estar entre los vivos y hacer vida como las demás personas. Al ser curada por Jesús a partir de la propia fe, recibe la oportunidad de retomar la vida que había perdido por la enfermedad.
En segundo lugar, la hija del jefe de la sinagoga padece una muerte física, y por la fe de su padre en Jesús, es levantada del mundo de los muertos delante de los apóstoles. Para que se vea manifiesto el poder de Jesús sobre cualquier realidad que lleve al hombre a la muerte.
Como nos recuerda la primera lectura, Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte, y si ponemos nuestra confianza que Él nos va a liberar de cualquier tipo de muerte por la que estemos atravesando: enfermedad, pecado, desánimo, etc. Por esto, pidamos su gracia para aumentar nuestra fe en Él y así abrirnos a la vida que quiere darnos en su inmenso amor.