Domingo 29 - B 2024
La liturgia de este domingo nos habla de la actitud constante de servicio que debe de tener todo seguidor de Jesús, que debe de caracterizar nuestra vida. “El no vino para que le sirvieran sino para dar la vida en rescate por todos”, nosotras debemos de hacer lo mismo.
Todas sabemos lo que cuesta ser las últimas y servir. De hecho, desde que nacemos, nacemos ya con un impulso primario: queremos ser las primeras y que los demás estén pendientes de nosotras y vivan para nosotras. Así lo quiere el niño, así lo quiere el joven, la abuela y, aunque de manera distinta, así lo quiere también la persona adulta y así lo queremos todos. Así lo querían también Santiago y Juan, y podemos deducir por el contexto, que así lo querían los demás discípulos que se enfadaron con los dos hermanos.
¡Cómo nos tienta la gloria, el poder, el reconocimiento!: que me valoren por mis capacidades, por mi trabajo, por mi carácter, incluso por mi servicio al prójimo!
Santiago y Juan no sabían lo que pedían, pero nosotras, más de 2000 años después seguimos sin entender demasiado lo que supone “estar a su derecha” en gloria y poder.
Cuando Jesús llamó a los apóstoles, estos no sabían muy bien las condiciones de su seguimiento. Decidieron estar con él, movidos todavía por motivos humanos, de búsqueda de prestigio y poder. Veían en Jesús un hombre especial que podía sacarles de la miseria en la que vivían. Por eso estos dos hermanos formulan esa petición a Jesús desde los modelos habituales de poder. Quieren destacar, estar por encima de los demás. Jesús, no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el camino que lleva a la gloria siempre pasa por la cruz. “Beber el cáliz” es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque esta voluntad suponga sacrificio; “Ser bautizado” es como sumergirse en la amargura de la muerte como su Maestro. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta este extremo.
La aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. A la “voluntad de poder” Jesús opone la “voluntad de servicio”.
Este episodio se da en la última etapa del camino hacia Jerusalén cuando Jesús anuncia por tercera vez a sus discípulos el destino doloroso que le espera, la pasión y la muerte en cruz. Y, ya vemos, ante un anuncio tan duro Juan y Santiago reaccionan con una actitud radicalmente opuesta, pidiendo los puestos de honor en el Reino que intuyen está a punto de inaugurarse.
Nadie en el grupo parece entender que seguirle a él de cerca colaborando en su proyecto del reino, siempre será un camino, no de poder y de grandezas, sino de sacrificio y cruz. Jesús les habla de copa y sufrimiento. Ellos presuntuosamente dicen que sí son capaces de beber esa copa y de ser bautizados en la muerte, como su maestro.
Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. Pero se indignan porque en el fondo de su corazón anida la misma ambición. La comunidad ya está dividida, el texto habla de dos y de diez como grupos enfrentados entre sí. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.
Antes que nada, les expone lo que sucede en los pueblos del Imperio romano. Todos conocen los abusos de Herodes Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: Los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para “tiranizar” a los pueblos, y los grandes no hacen sino “oprimir” a sus súbditos. Jesús se muestra tajante "Vosotros, nada de eso".
No quiere ver entre los suyos nada parecido: El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, que sea esclavo de todos”. En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, sólo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha o a su izquierda, sino servidores como él, que dan su vida por los demás.
Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.
Hoy, trasladando todo esto a nuestra situación personal y concreta, deberíamos preguntarnos también si queremos realmente ser las primeras para servir y no para mandar. Si somos sinceras tenemos que reconocer que, a veces, tendemos a dominar y no a servir, que en el pequeño territorio de nuestra autoridad nos comportamos como los que tiranizan y oprimen, en vez de imitar a Jesús, que está en medio de la gente “como el que sirve” A todas nos gusta más ser servidas que servir. Ocupar los primeros lugares. ¿A quién le gusta ser esclava de todas? Más bien buscamos poder esclavizar a otras, si podemos.
Todas sabemos los abusos que se han cometido con el mal uso de la autoridad. La lección que nos da este Evangelio es para todas, porque todas, consciente o inconscientemente ambicionamos puestos de honor en nuestro seguimiento de Jesús.