Domingo 1 Adviento - C 2024
Empezamos el año litúrgico con una excelente noticia: “Alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”: Dios viene a salvarnos, nos trae la liberación, la libertad basada en la justicia y disfrutada en la paz. Se cumple, por fin la promesa, Dios enviará un descendiente de David que hará justicia: el Mesías, el salvador que establecerá el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz.
Levantad la cabeza, porque muy pronto seréis liberados. Estas son las palabras de Jesús al comenzar el Adviento. No caminéis cabizbajos y con el corazón encogido. Levantad vuestro ánimo. Ensanchad vuestro horizonte. Mirad hacia adelante. No os quedéis añorando un pasado glorioso. No os alimentéis solo de pequeñas esperanzas. Pronto seréis liberados. Confiad en Dios, que conduce a sus hijos e hijas a una vida liberada.
De esperanza también nos habla Lucas en un texto apocalíptico en el que se refiere al fin del mundo. El evangelio de Lucas describe de manera metafórica, los acontecimientos que precederían a esa segunda venida de Jesús. Por este acontecimiento final es que Lucas invita a los hermanos y hermanas a mantenerse fieles y vigilantes para mantenerse en pie (fieles) ante el Hijo del Hombre.
El texto del evangelio de hoy es un texto difícil: la liberación llega. En los versículos anteriores Lucas nos hablaba del asedio a Jerusalén (21,20-23). Ahora, alude a la segunda venida de Jesús: es decir a lo que llamamos la parusía.
El discurso de Jesús es apocalíptico y adaptado a la cultura de su tiempo (apocalipsis no significa catástrofe, como tendemos a pensar, sino revelación), y nosotros tenemos que releer esas señales del mundo natural en el mundo de la historia, que es el lugar en que el Espíritu se manifiesta.
En nosotros existe la angustia, el miedo y el espanto, no causados por “las señales en el sol, la luna y las estrellas”. Nuestras angustias e inseguridades están causadas más bien por las crisis económicas, por los conflictos sociales, por la falta de vocaciones, por la falta de salud, por la falta de pan y trabajo, por la frustración etc….
El mensaje de Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos enseña cómo afrontarlos. El discípulo de Jesús tiene las mismas causas de angustia que el no creyente; pero tiene una actitud y una reacción diferente pues confía, tiene esperanza en que Dios cumplirá sus promesas.
El evangelio de hoy nos hace una llamada apremiante a permanecer en vela y orar:
- A vivir despiertas, a levantarnos, por muchos que sean los caminos torcidos de nuestra vida, por mucho que nos sintamos atenazadas por la rutina y la monotonía de la vida, podemos ante ese Dios que viene a nuestro encuentro comenzar otra vez de nuevo.
- A tener cuidado de que la mente no se nos embote: siempre es un riesgo caer en la indiferencia, en la rutina, en la tibieza, la insensibilidad. No hemos de dejar que Dios sea desplazado del centro de nuestro corazón por otros intereses o preocupaciones.- a tener el corazón libre de los vicios, de los ídolos de la vida (en definitiva a convertirnos) para hacernos dóciles al Espíritu de Cristo que habita en las situaciones que vivimos en nuestro entorno.
- A permanecer en oración pidiendo fuerza. Es fácil caer en la inconstancia. La oración constante es la mejor forma de cuidar una fe viva y una esperanza ardiente. Todas podemos constatar que no tenemos fuerza para cambiar nuestra vida, para salir de situaciones que nos esclavizan, para superar defectos, pero tenemos la fuerza de Dios que viene a liberarnos, a salvarnos.
- A mantenernos en pie ante el Hijo del hombre. Esta es la actitud del creyente: con los pies en la tierra, en la brecha, en el surco; sufriendo, luchando y esperando con nuestros hermanos los hombres. Pero firmes, y confiados ante el hijo del hombre que, aunque oculto, permanece a nuestro lado.
Hoy entramos en este tiempo de Adviento. Nuestra realidad sigue siendo la misma. Pero Dios está encendiendo una luz de esperanza, ahora oculta en el seno de María, pero que en Navidad se hará luz de liberación y salvación en un pesebre. Por eso el Adviento comienza a invitarnos a levantar y ver más lejos que la realidad de cada día.