Formación inicial humana y monástica

1. La formación inicial humana y monástica

03 formacion inicial humanaLa formación inicial humana y monástica, tema delicado y complejo, tema comprometedor y apasionante a la vez que nosotras, como formadoras, hemos de abordar desde la responsabilidad y desde el reto que supone realizar esta misión que se nos ha confiado en nuestras respectivas comunidades.

De entrada diría que se nos pide a todas, desde el primer momento, ya en la acogida, que se nos note ese entusiasmo que solo proviene de nuestro ser felices con nuestra vocación, en lo personal y comunitario. Ese será el primer impacto “positivo” que recibirá quien llame a nuestros monasterios, porque es el contagio, es la pasión con la que se transmite una vida lo que ayudará a hacer el camino formativo interesante y atractivo. A partir de ese momento empieza el tiempo de formación al que llamamos inicial, tiempo largo de prueba antes del compromiso definitivo. Partimos de que la candidata a la vida monástica en general no es una persona madura, ya hecha, sino necesitada de ayuda, necesitada de acompañamiento para vivir este proceso de adaptación - maduración. Incluso es muy difícil que la persona que pide ser admitida a nuestra casa tenga realmente una idea clara de lo que Dios quiere de ella. Esto en principio no es ningún obstáculo, es lo normal. Pero, eso sí, que tenga una naturaleza suficientemente equilibrada.

1.1. Niveles socio-culturales y religiosos

Toda vocación hay que contextualizarla en el tiempo y en la historia. Por eso, al plantearnos hoy la formación inicial de las candidatas no podemos pasar por alto sus distintos niveles tanto socioculturales como religiosos. Somos bien conscientes de las diferencias en lo humano, afectivo, familiar de las candidatas, así como también según la procedencia de cada una.

El contexto cultural también influye considerablemente, contexto que, resumiendo mucho podríamos decir, prioriza el instante presente, la experiencia inmediata, intensa, sincera, auténtica, múltiple… más que la experiencia de larga duración, preparada, releída, meditada. Podríamos decir que la joven de hoy desea y quiere una conversión, pero le cuesta ese ir creciendo en la fidelidad del día a día con el esfuerzo que comporta.

En ese mismo contexto cultural, el conocimiento y madurez religiosa, también varía, desde las que llegan con una vida cristiana no demasiado intensa o nula y las que provienen de movimientos eclesiales cuya vida cristiana lógicamente está más cultivada. Así, vemos que unas candidatas tienen un nivel de conocimiento y vivencia religiosa aceptable aunque debiendo ser matizado, profundizado y completado; y en otras, sin embargo, habrá que fortalecer con unas bases más sólidas y consistentes. En general hay una escasa formación espiritual: son generosas, disponibles para la caridad, para la ayuda al prójimo, capaces de comprometerse en hacer el bien… pero poseen poco conocimiento intelectual y espiritual de lo que es el misterio cristiano, digamos que se quedan solo en el plano horizontal, altruista.

También señalar la edad de las candidatas. La edad es variada, pero constatamos que cada día se nos presentan más candidatas con edades que han sobrepasado con mucho la juventud. En este caso también hay una diferencia importante a tener en cuenta a la hora de la formación inicial, sobre todo en la humana puesto que, salvo casos, el grado de madurez es más elevado, diría que ahí juegan con ventaja sobre las más jóvenes, hablo de madurez humana. Sin embargo, en mi opinión, sean cuales sean las edades y el nivel que traigan, tendremos que seguir por igual el plan de formación desde su ingreso hasta la profesión solemne; de igual manera tendremos que cuidar el ambiente apropiado (noviciado), porque lo que se pretende en este tiempo es que puedan ahondar en su propósito y conocer bien lo que implica el género de vida que pretenden abrazar.

1.2. Nuestra respuesta

Siendo conscientes de las diferencias de unas a otras que habrá que atender en cada caso concreto, en la formación inicial, y a todas por igual, nosotras debemos darles respuestas firmes comunicando con claridad lo más esencial de nuestra vida, esto es:

- Exponer con sencillez pero profundidad los contenidos y valores monásticos, tratando de simplificar lo accesorio, para resaltar lo esencial de la vida monástica (oración, soledad, vida comunitaria, lectio, votos, estudio…)
- Presentar la vida monástica en coherencia con el seguimiento de Jesús y su Evangelio, manifestando claramente que esta vida constituye un carisma específico dentro de ese seguimiento del Evangelio. Nuestra vocación es vivir y ser testigos de la Buena Noticia de Jesús en esta forma de vida.
- Y también ofrecer un conocimiento serio de la Regla, la espiritualidad y la historia monástica. 

2. INICIAR EL CAMINO: Formación humana 

2.1. Por el camino de la interiorización

Ya el decreto Perfectae Caritatis nos recordaba hace unos años que las condiciones culturales en las que nos encontramos no son las mejores para la formación para una vida intensa-profunda, cuánto menos en este momento de nuestra historia. Tendremos que hacer un esfuerzo por ambas partes y en lo que respecta a nosotras, ayudar a que la candidata vaya descubriendo su propio lugar en el monasterio, y si en éste no es posible, que sea capaz de descubrir su lugar en el mundo. Esto implica necesariamente hacer un camino de interiorización. Es obligatorio entrar dentro de una misma, no quedarse en la superficie de las cosas. Quedándose en la superficie nunca podrá alcanzar la madurez humana ni espiritual que se necesita para una vida de seguimiento de Jesús. Por eso se necesitan espacios largos de silencio y soledad para que las candidatas vayan interiorizando lo que supone la consagración, que no es otra cosa que la centralidad de Dios en sus vidas. El camino es el Evangelio y la Regla. Y ese conocimiento solo es posible desde una vida interior seria. En esto tendremos que estar atentas para evitar que este silencio y soledad, valores esenciales, no se conviertan en un peligro si no se entienden bien, y puedan dar lugar a una desencarnación o desinterés ante las esperanzas y sufrimientos de la iglesia y del mundo. 

2.2. Por el camino del discernimiento

El discernimiento de la vocación monástica no es fácil. Las motivaciones que impulsan a entrar a una joven o no tan joven a un monasterio suelen ser muchas y se hace necesario descubrir la acción de Dios en el conjunto de toda atracción que experimenta la candidata. Hay que discernir seriamente la posible vocación. Nuestra tarea como formadoras es ayudar a discernir, tarea siempre difícil y delicada pero quizá sí podamos apoyarnos en unos criterios mínimos que nos pueden facilitar ese camino de discernimiento y que la candidata tendrá que ir descubriendo poco a poco con nuestra ayuda. Solo los menciono sin detenerme en ellos para no alargarme:

- Que sea apta para la vida común. Puesto que la vida benedictina es cenobítica, es decir, vivimos una vida en común tiene que haber un deseo sincero de abrazar la vida de la comunidad como medio para ir a Dios.
- Que sea equilibrada emocionalmente. La madurez afectiva necesaria para empezar requiere básicamente cierta estabilidad en los estados emotivos. Estamos hablando de considerar la salud física, mental y emocional de forma equilibrada para vivir plenamente esta vida.
- Que esté abierta a la docilidad. La humilde docilidad que permite aprender a vivir sin tensiones tanto en soledad como en comunidad.
- Y tenga una capacidad de renuncia. Tener muy claro que la vida monástica exige una “renuncia”, implica dejar valores, sin por ello desvalorizarlos sino dejarlos por preferir otros más altos. La renuncia no se justifica por sí misma sino por el bien mayor que se persigue. Ese bien sabemos que es Dios.

Una vez “asegurados” estos criterios ya podemos indicar algunas pistas para favorecer una formación inicial humana que ofrezca un cierto nivel de seguridad para seguir adelante. Señalo tres:

1ª. Conocimiento y aceptación de una misma. Educar a la candidata en el conocimiento y la aceptación de sí misma. Conocerse a sí misma ya sabemos que significa aceptar la propia realidad con sus límites, sus heridas, sus carencias, así como también las propias cualidades y los dones que posee, aceptar lo que se es y lo que puede llegar a ser. Si esta aceptación se consigue los frutos serán, por un lado, la confianza en sus propias responsabilidades en función de sus carismas recibidos, una vez que los descubre, los reconoce y los acepta; y por otro lado, desde la humildad sentir que necesita constantemente la ayuda de las hermanas.

2ª. Capacidad de relación. Aun con la debida y necesaria separación de la comunidad, la novicia encuentra posibilidades de relacionarse con las hermanas a través de distintos momentos, las recreaciones, los encuentros comunitarios, los trabajos en comunidad… y es ahí donde tiene que desarrollar un interés afectivo positivo por cada hermana. La novicia debe conocer la realidad, la pobreza y la calidad de sus hermanas ya que de no ser así, recibirá un profundo golpe después de la profesión. “Que se le anuncien todas las durezas y las asperezas a través de las cuales se va a Dios

(RB 58, 8), significa también esta revelación de los límites, de las debilidades, de las contradicciones vividas por la comunidad, con la finalidad de aprender la aceptación de la otra y la construcción de la comunidad sobre la debilidad humana y espiritual.

3ª. Lectura de la realidad. Sabemos que el monasterio vive apartado físicamente del mundo pero no está aislado de la vida de la iglesia y del mundo de hoy. La formación de la novicia ha de ir enfocada a hacerle entender que debe ser una mujer sin nostalgias del pasado, sin ataduras a modelos abstractos-raros, sin fijaciones o bloqueos de experiencias humanas y espirituales. Por eso, la rigidez de posiciones, de los propios análisis de la realidad, es un impedimento para la maduración personal que frecuentemente provoca inmovilismo, parálisis, miedo a los cambios, inseguridad por el futuro, desarrollando prejuicios hacia todo lo que es nuevo.

La novicia debe crecer adquiriendo docilidad, aprendiendo a modificar opiniones y actitudes en función de los cambios, situaciones, y sobre todo, a partir de su conocimiento cada vez más profundo y personalizado de Jesús y su evangelio. Porque antes que una Regla seguimos a Jesús y nos comprometemos a vivir las exigencias que conlleva seguirlo. A medida que crecemos en conocimiento, no solo intelectual sino, y sobre todo, experiencial del mensaje de Jesús, las posiciones de rigidez, las ideologías radicales que a veces traen las jóvenes… se tienen que ir cayendo por su propio peso. Debe ser dócil frente a las normas, primero al Evangelio, norma fundamental de nuestra vida pero también a las normas de la vida monástica para que haya orden, haya armonía, haya paz en sí misma y en la comunidad. Saber asumir los conflictos. Éstos también deben favorecer la docilidad-flexibilidad y la modificación de las propias razones y posiciones frente a la realidad. 

3. DESARROLLAR UN IDEAL: Formación monástica

3.1. Si es apta para la vida monástica

Ya en el Prólogo San Benito nos presenta tres palabras que pueden evocar las exigencias permanentes de la maduración en la vida monástica: escuchar, cumplir la voluntad de Dios y el ir conformándonos cada día más con Jesús (cf. Enzo Bianchi). Más concretamente a la candidata le dedica un capítulo íntegro que todas conocemos sobradamente: “El modo de recibir a los novicios” RB 58. Y le pide tres condiciones para saber si es apta para abrazar la vida monástica. Así pues tendremos que prestar atención para ver cómo se comporta con relación al Oficio Divino, la obediencia y la humildad. Y me ha parecido de plena actualidad el comentario a la Regla del P. Odilón referente a este punto y de él me he servido para desarrollar esto.

- En relación con el Oficio Divino, núcleo alrededor del cual se vertebra y desarrolla la vida espiritual de una comunidad, la novicia se ha de mostrar sensible y deseosa de andar por los caminos de la vida espiritual interesándose por todo lo que tiene relación con ella, trabajando por comprenderla, ejercitándose en vivirla y dando pruebas de encontrar en ella satisfacción a sus aspiraciones. De ahí que el Oficio Divino deberá prepararlo con diligencia, celebrarlo con atención y retenerlo con fruto.

- En relación con la obediencia, la formadora tiene que sondear cómo es aceptado por su corazón una sugerencia y qué límites pone a la razón. Es tarea de la formadora hacerle experimentar y gustar el gozo de decir “sí” a cualquier oportunidad que se le irá presentando a todas las horas del día.

- Y en relación con la humildad, ya sabemos que no se trata de que la novicia se exhiba con prácticas humillantes. Lo que de verdad interesa es mirar cómo acepta, silenciosa y alegre lo sencillo, ordinario, sacrificado, sin pretensiones de ningún tipo. Qué servicios de la comunidad escoge espontáneamente, cómo acepta y realiza los menos vistosos, los más desagradables, y todavía más, cómo expresa y defiende sus opiniones o si encuentra excusas y justificación a todo lo que se le corrige.

Estos tres puntos, que dan para mucho, nos pueden ayudar a hacer una valoración con fundamento de lo que mueve y anhela la novicia.

Al elegir la vida monástica hacemos una opción que ha de tener consecuencias duraderas. Hay que hacer un discernimiento serio y objetivo y tener la valentía y coraje para no acoger a cualquiera únicamente por incrementar el número de monjas en la comunidad. Repito de nuevo que la formación inicial debe comenzar desde la raíz misma que es Cristo y no San Benito. La candidata, lo primero que ha de buscar es conformar su vida con la de Cristo. Por lo tanto, formarse es ir adquiriendo un modo de ser en el que ella misma reconoce su identidad, su vocación, su norma práctica de vida. El fin último de la formación es lograr que la novicia viva la misma vida de Jesús, no tanto que conozca la vida y obras de Jesús, sino que todo su ser quede envuelto por el mismo ser de Jesús. Para ir alcanzando esto no debe perder de vista el Evangelio y la oración. De igual importancia los sacramentos, principalmente la eucaristía.

3.2. La fe como dimensión central en nuestra vida

La formación inicial monástica parte desde una profundización de la fe. Es esencial para ella la centralidad de la experiencia de fe, entendida como encuentro personal y de viva amistad con el Señor. Si hay una seria experiencia de fe, ésta sostiene y motiva a permanecer fiel a la respuesta dada ante la llamada de Dios. Experiencia que se va completando a través del conocimiento de las Escrituras, especialmente de los Evangelios y Salmos así como el estudio de la historia monástica y liturgia, el sentido de ser iglesia… tener un buen conocimiento de la Regla, los principios generales de la vida espiritual, la oración, los votos, las Constituciones de nuestra Federación y las costumbres del monasterio.

Desde los primeros años la formación debe ser exigente, que no quiere decir rígida. He recordado al recientemente canonizado Juan XXIII y me ha impresionado su exquisita sabiduría que viene a confirmar esa calidad humana y espiritual de la que estamos hablando en la que integra esa exigencia sin rigidez. Así pues, según su filosofía de vida, nuestro modo de estar con la novicia pasaría por el hablar sin someter, cuestionar sin ofender, argumentar sin violentar, enseñar sin imponer, proponer nuestras convicciones sin subestimar, sonreir y compartir nuestro humor sin frivolidad, comunicar la verdad del evangelio sin arrogancia… Y en la delicada tarea del diálogo, ser firmes sin ser tiranas y misericordiosas sin ser cómplices. De esta forma habrá progresiva

integración entre la exigencia para vivir el Evangelio y la Regla de forma radical por una parte, y el respeto de la libertad original de la persona por otra.

3.3. Termómetro de idoneidad

Apunto cuatro indicadores que nos marcarán el nivel adecuado para la candidata a la vida monástica:

3.3.1. ESCUCHAR

Uno de los mejores signos de verdadera vocación es la capacidad de escucha… sobre todo a Dios, al Espíritu Santo. Porque solo el Espíritu sabe exactamente lo que Dios espera de nosotras. De ahí la importancia de la Escucha. Creo que no es casual que San Benito abra la Regla con esta palabra. Y con ella empieza la formación inicial de la monja. Se comienza un proceso de aprendizaje que dura toda la vida. Una escucha caracterizada por la disponibilidad, el diálogo y la humildad que abarca no solo escuchar la Palabra de Dios, sino a la Regla toda, a la abadesa y a las hermanas. Escuchar atentamente cada instante del día es algo difícil pero es necesario para encontrar al Dios que buscamos. Y es nuestra obediencia la que demuestra que hemos prestado cuidadosamente atención. No estamos verdaderamente atentas si no estamos dispuestas a obrar según lo escuchado.

3.3.2. VOTOS

La vivencia concreta de los votos, vividos como un compromiso que libera, que asumidos libremente tienen que ir generando un estilo de vida positivo, alegre y de confianza. Ir viviéndolos cada vez más como capacidades y no como impedimentos. Los votos nos ponen frente a una serie de exigencias fundamentales: el voto de estabilidad nos va afianzando en la necesidad de no huir a la menor dificultad; el voto de la conversión de costumbres o fidelidad a la vida monástica nos exige la necesidad de estar abiertas al cambio; y el voto de obediencia nos hace conscientes de la necesidad de escuchar.

3.3.3. ARRAIGADAS EN LA COMUNIDAD

La capacidad de ir “apropiándose”, echando raíces, de todo lo que es la “comunidad”. El aprecio por la tradición de la orden y el sentimiento de pertenecer a una comunidad concreta y determinada es importante. Es en la Comunidad misma donde se da la formación. Si una buena parte de los miembros de la comunidad vive plenamente su ideal monástico, la influencia sobre las novicias es positivo, incluso cuando no se exprese en palabras. Pero, al contrario, cuando un buen número de hermanas no ha interiorizado realmente los valores monásticos y vive su vocación con rutina, aunque tampoco se exprese con palabras, la influencia en las novicias es negativa.

3.3.4. TESTIMONIO DE VIDA

El modo cómo nos relacionamos con nuestras hermanas dice mucho de nosotras mismas y de la manera de situarnos frente a los valores evangélicos en nuestro vivir diario. Tendremos que evaluar pues los modos cómo practica la vivencia de su consagración con el testimonio de su vida y en las distintas responsabilidades que se le encomiendan en la comunidad. Por ejemplo, en el trabajo, puntal fuerte en la organización del día, la novicia se expresa a sí misma en la obra de sus manos, de su inteligencia y de su voluntad. El trabajo tanto manual como intelectual define a la persona, la revela y la ayuda a madurar. Le permite conocer sus propios límites, afrontar dificultades e imprevistos, educar el sentido de la responsabilidad y de participación del propio trabajo de las demás, y va afianzando la constancia cotidiana, frecuentemente escondida y pobre de gratificaciones como es en nuestro caso. 

4. A LAS MAESTRAS DE NOVICIAS - formadoras

Bien, después de ver la formación inicial humana y monástica por separado hago un breve paréntesis para las formadoras considerando su importancia en todo el proceso de formación de las candidatas. En lo posible debe “garantizarse” una persona con capacidad de discernimiento espiritual y experta en humanidad, o dicho en palabras del mismo San Benito, que sea capaz de ganar almas y que se dedique a ellas con toda su atención, cosa que exige una gran prudencia y discreción. Como digo, su misión es de suma importancia y debe concebir la formación de manera que la novicia vaya asimilando unos valores esenciales que en ningún caso podrán ser sustituidos por unas estructuras, como ha podido suceder en otras épocas cuando se pretendía conformar - ajustar a la novicia con las estructuras instituidas.

Aun así, desde mi opinión, me parece que las estructuras son necesarias y fundamentales, sobre todo, en el periodo de formación. Sin ellas, cualquier persona que empieza el camino monástico no tiene nada con qué identificarse y por tanto no será capaz de realizar las adaptaciones requeridas. Nos puede venir bien a todas recordar el porqué de las estructuras:

- Su finalidad consiste en ofrecer las necesarias formas externas en las cuales se expresen los valores de la vida monástica: horarios, ritmo comunitario, distribución del tiempo, orden, silencio, trabajo, descanso… Sin esta manifestación externa la vida carecería de realismo.
- Las estructuras a su vez deben guardar una cierta coherencia con los valores que se viven. La formadora ha de ser capaz de explicar la relación de las estructuras con los valores y cuál es la motivación racional que hay detrás de aquellas. La novicia no siempre podrá estar de acuerdo con todas las estructuras pero de lo que se trata es que se vea una coherencia interna.
- Y por último las estructuras son instrumentos y no fines en sí mismas. Pretenden ayudar a la formación interior de la persona por la interiorización de los valores monásticos.

Por tanto, lo importante no es el cumplimiento externo de las estructuras, sino el utilizarlas inteligentemente para que conduzcan a una auténtica interiorización.

4.1. Puente entre la comunidad y las novicias

La tarea de la formadora no es fácil ni sencilla. Además de todo lo dicho hasta ahora, su misión radica en reforzar e incrementar la mutua comprensión, ante posibles choques, entre la candidata y las monjas más mayores o de mentalidad más tradicional. Esto supone la constante apertura recíproca entre ambos grupos de la comunidad, sin pretender destruir la tradición por la innovación sino sabiendo en verdad discernir y respetar los aportes constructivos del pasado y abrirse con sensatez a lo nuevo.

a) En sintonía con la M. Abadesa debe favorecer a que la candidata y las monjas vivan juntas y en reciprocidad el compromiso de los tres votos. Por el voto de estabilidad la comunidad y la novicia se comprometen a aceptarse, a aceptar tanto el espacio físico como el ámbito interior como camino que conduce a Dios. Por el voto de obediencia, poder vivir juntas una entrega madura a la comunidad y a Dios. Asumiendo la Regla como realización espiritual y sobrenatural de la obediencia, desaprobando las actitudes insolidarias, y potenciando un auténtico espíritu de corresponsabilidad fraterna. Por el voto de castidad, ayudando a la maduración personal, de manera que se logre en las jóvenes y en el conjunto de la comunidad un equilibrio afectivo sin apegos ni dependencias que permita la entrega amorosa de toda la persona al Señor.

b) También debe potenciar las virtudes de las jóvenes en su integración a la comunidad para que reciban de ella lo mejor de la tradición, a la vez que ellas puedan ser una instancia interpelante de estímulo y evolución de la propia comunidad, es decir, la comunidad debe estar abierta a que la candidata estimule a todas a un cambio positivo, a una caridad, a una fidelidad más grandes.

c) El respeto total por cada novicia, considerándola una persona adulta. Si trata a la novicia como adulta, si le da confianza y la anima para actuar con libertad, entonces tendrá menos problemas a la hora de ayudarla y guiarla cuando cometa errores. Deben buscar juntas el discernimiento de lo que pide el Espíritu Santo. Sobra decir que ella misma habrá asimilado los valores monásticos y sabrá transmitirlos de palabra y con el ejemplo.

d) Debe tener buena relación con la novicia lo cual fomentará más libertad para hablar con ella y aprenderá a ir viviendo en la verdad. Esto exige muchas horas de conversación y escucha paciente porque aun siendo atraída por esta forma de vida puede haber ciertas incompatibilidades para desarrollar sanamente su vocación. Es nuestra tarea el descubrirlas si las hay, y ayudarla a cambiar, si está en nuestra mano, y si nos supera, debemos pedir ayuda a un profesional.

4.2. Acompañamiento personal

Cada persona es única. Una joven que ingresa en el monasterio tiene que ir aprendiendo a ser monja benedictina, esto no siempre será fácil, tendrá que pasar un tiempo de adaptación más o menos largo según su capacidad de respuesta. Por eso, cada persona tiene que ser tratada de forma individual. No se pueden adoptar medidas uniformes para todas las novicias aun a costa de que esto pueda acarrear críticas por parte de la comunidad. En este caso es la Abadesa quien debe dejar bien claro que apoya a la formadora, si no, puede peligrar la unión de la comunidad.

Al decir que cada persona tiene que ser tratada individualmente no significa que se le tenga que dar plena libertad para todo y hacer con ella excepciones de todo tipo. Se trata de ir viendo dónde se encuentra la postulante-novicia-juniora y desde ahí mostrarle con bondad y firmeza al mismo tiempo los puntos débiles que encuentra en ella y animarla a ir adaptándose a la nueva forma de vida.

Al optar por la vida monástica se hace también indispensable una ruptura, una separación, una renuncia al pasado para comenzar con libertad una nueva vida. Este hecho puede presentar dificultades a la candidata. Si no se llega a hacer esa ruptura con el pasado y la familia, se va alimentando en la futura monja un apego, una nostalgia, que es origen de inseguridad y señal de una búsqueda de firmeza, no tanto en el momento presente, no tanto en la fraternidad, sino en el pasado. Es cierto que la comunidad no puede reemplazar inmediatamente a la familia por eso debe mantenerse cierta forma de continuidad hasta que progresivamente vaya encontrando su sitio y su nueva identidad. La formadora ahí tendrá que actuar con mucha delicadeza, con mucho tacto, pero procurando resolver cuanto antes esta situación. Si esa ruptura no se toma en serio desde el principio por parte de la novicia, cada vez le costará más dar ese paso con el peligro de que a la larga no sea capaz de hacer esa separación y pueda sentirse siempre atada a su familia o círculo de amistades y la situación se haga irreversible.

5. Desde nuestro ser contemplativas

Finalmente recordarnos todas que la vida monástica es vida contemplativa y, aunque es obvio lo que digo, apunto cuatro pinceladas para que no se nos olvide:

1. Hemos de estar convencidas del valor real de la vida contemplativa para la iglesia y para el mundo. No somos llamadas por Dios solo para nuestro bien personal. Si no estamos convencidas del valor de nuestra vida, no nos libraremos de la tentación de buscar compensación en una u otra forma de apostolado o, llevándolo al extremo, abandonar la vida monástica.
2. Por eso se necesita un atractivo por la oración como don de sí a Dios.
3. La novicia debe mostrarse capaz de aceptar ese silencio y soledad del que hablaba al principio sin hacerse por esto antisocial, al contrario, no será un problema relacionarse con cualquier tipo de persona, sea de la condición que sea porque en ese silencio y soledad lleva dentro el mundo.
4. Y la Lectio Divina. Indispensable en la vida monástica, por eso hemos de aprender a hacer una verdadera y seria Lectio desde el inicio del noviciado. Porque a través de ella, de esa lectura meditada, apacible, reposada, rumiada, que se hace en la fe, en espíritu de oración, creyendo de verdad en la presencia de Dios que nos habla y nos interpela en ese texto, llegamos así a ese encuentro con Dios. Y no solo nos facilita el encuentro sino que, y eso es lo importante, nos obliga a confrontar nuestra vida con la persona de Jesús hasta comprometernos a fondo en una conversión por supuesto personal pero también comunitaria, eclesial, social y hasta política.

6. Resumiendo

Para ir terminando y como recopilación de lo dicho nos podríamos fijar en el último instrumento de las buenas obras: “No desesperar jamás de la misericordia de Dios”, este instrumento nos puede dar la clave para llegar a la madurez espiritual, psicológica y emocional a través de un proceso de transformación en Cristo, sin descartar lógicamente los momentos de fracaso y retroceso en el camino. Pero acogiéndonos desde el corazón a la misericordia del Señor y siempre dispuestas a levantarnos y comenzar de nuevo entonces podemos estar seguras que estamos en el camino correcto. Y ahí está la clave de lo que significa estar comprometidas con nuestra propia madurez.

La madurez solo llega cuando nos enfrentamos a lo que hemos de enfrentarnos en nuestro interior. De nuevo insisto en los votos porque será la vivencia de nuestros votos que se relacionan entre sí y entre sí se iluminan cómo la novicia irá creciendo en esa madurez que pide la vocación a la que hemos sido llamadas.

La estabilidad supone que no debemos huir del lugar donde se desarrollan los combates. Hemos de permanecer fieles allí donde hay que afrontar las cuestiones fundamentales. La obediencia a través de la escucha siempre atenta, empuja a poner en práctica en nuestra vida la sumisión del propio yo a Cristo aun cuando pueda llevar al sufrimiento y a la muerte. Y la conversión significa estar dispuestas a retomar nuestra vida y comenzar de nuevo con un ritmo de crecimiento que no terminará hasta el mismo día de la muerte. A través de este voto de Conversión de Costumbres, quizá el más importante, luchamos constantemente en el compromiso con la completa transformación interior sea del tipo que sea, el compromiso de ser una mujer totalmente nueva. Y esto es lo que podríamos llamar la meta de la vida monástica: el compromiso con la llamada de Cristo a seguirlo, cualesquiera que sean sus consecuencias. Claro que supondrá morir, esas pequeñas muertes en vida, pero es esa muerte que da la vida, las pérdidas que producen un nuevo crecimiento. Este voto nos permite iniciar un camino de ascenso en la formación monástica, el voto nos exige un cambio continuo, estar constantemente avanzando. Por medio de este voto la novicia se compromete a vivir la vida monástica de acuerdo con la Regla, siendo obediente y perseverante con el proceso de transformación en el seguimiento de Cristo que dura toda la vida. (Esther de Waal- “Buscando a Dios”).

7. Conclusión

La madurez humana y monástica no es un estado fijo que se alcanza de una vez para siempre, sino un equilibrio dinámico de todos los componentes de la persona que la mantienen sana psíquicamente y moralmente creativa en sus opciones, abierta al crecimiento y también al cambio. Alcanzar este equilibrio nos ayudará a todas a afrontar las crisis de estabilidad y las fases de cambio de manea más creativa.

Formación inicial humana y monástica, como hemos visto, dos caras de la misma moneda que tienen que ser tratadas por igual, con la misma seriedad y exigencia, si bien la formación humana será la primera tarea que nos tendremos que proponer cuando las candidatas lleguen a nuestros monasterios. Primero hay que ser mujer, después monja. Si en el transcurso del tiempo una falla, la otra se debilita y la monja se ve abocada al fracaso más absoluto. Está claro que la inmadurez humana es un obstáculo para el crecimiento en la vida espiritual y una vida espiritual inmadura será un obstáculo para crecer en lo humano.

Y termino con unas palabras de la Instrucción “Caminar desde Cristo”: Dicen “…la tarea de la formación no es más que ir asimilando los sentimientos de Cristo por parte de la monja y por eso mismo no se limita a un período de la vida. Como esa asimilación de los sentimientos de Cristo es progresiva, la formación es por su naturaleza permanente, formación que nunca termina”. (Instrucción de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica “Caminar desde Cristo. 2002”).

 

Montserrat, 7-9 julio 2014
María Antonia Cervera Cardona, osb

 

Bibliografía
- Enzo Bianchi
- Odilón Cunill (San Benito, su vida y su regla. Comentarios)
- Ambrose Southey (Biblioteca cisterciense)
- Esther de Waal (Buscando a Dios)
- Joan Chittister (La Regla de San Benito. Vocación de eternidad)