Cabecera testimonios

A Mi Pueblo

01 a mi puebloCuando hace ahora dieciséis años me despedía “definitivamente” de mi querida Jávea, tierra donde nací, crecí, viví… lo hacía solamente desde la separación física pues mi corazón quedaba para siempre anclado en cada uno de los puntos cardinales que constituyen nuestra tierra levantina. Hoy, después de todos estos años, se me invita, obviamente desde la distancia, a que me una a todos vosotros aportando mi pequeña colaboración para estas nuestras tan queridas y entrañables fiestas en honor a Jesús Nazareno. Lo hago con mucho cariño, con inmensa emoción y, sobre todo, sintiéndome lo que soy, una hija de Jávea. También con alegría y gratitud porque se me ofrece la oportunidad de expresar por escrito y para todos vosotros aquello por lo que dejé tierra, padres, hermanos, amigos… en definitiva, todo lo que tenía, para ir a la tierra que el Señor me tenía preparada. Así pues quiero compartir con vosotros mi testimonio personal de descubrimiento y seguimiento de Jesús. Desde mi nueva tierra de Castilla me gustaría contagiaros la alegría inmensa que se siente cuando tienes como referencia en tu vida a Jesús.

A lo largo de la vida todos vamos haciendo un aprendizaje. Yo aprendí cosas, cosas muy esenciales en los veintiséis años que viví en Jávea, cosas que debo, sobre todo, a mis padres. Ellos me educaron no solo en la fe sino en valores humanos tan necesarios hoy y siempre como el amor a la verdad, la honestidad, el respeto, la sinceridad… y eso no lo he olvidado nunca, al contrario, cada día doy más gracias a ese Jesús que ahora es quien dirige mi vida, de tener unos padres como los que tengo. Me siento orgullosa de ellos y por eso aprovecho este momento para hacérselo llegar desde estas líneas. Pues bien, con eso y con la fe que también me infundieron yo puedo decir que era feliz. No tenía ninguna ambición que me quitase la paz, vivía con normalidad el día a día, pero sin embargo, mi corazón estaba inquieto, tremendamente inquieto al sentir cada día más ese vacío que nada ni nadie me podía llenar. Conocía a Jesús desde pequeña, o creía que lo conocía, pero eso no me era suficiente, no colmaba esa sed de algo más que mi corazón reclamaba sin saber bien de qué se trataba. Mi encuentro con Jesús en un momento decisivo de mi vida me hizo descubrir que Él tenía que ser ya el primero y consecuentemente mis grandes deseos de seguirle hasta donde me pidiera me hacía ser consciente que tendría que asumir un compromiso que suponía una elección de vida y un modo de vivirla de forma muy concreta. Y esto lo digo porque, como muchos sabéis, soy monja contemplativa, sí, aunque os parezca algo anacrónico soy monja contemplativa y me siento orgullosa de serlo.

A lo largo de estos años he ido conociendo poco a poco a Jesús y me he ido enamorando de Él hasta tal punto que hoy mi vida no tendría sentido sin Él. Cada día me atrae más su persona y su mensaje y cada día intento acercarme más a Él. En un mundo tan atrapado por el deseo de poseer, del placer, del bienestar y del “sálvese quien pueda”… ser cristiano/a no resulta fácil. Tampoco para una monja de vida contemplativa. Pero cuando lo que te mueve es tu fe y la certeza de querer ser fiel a tus principios, a tus ideales… aun en medio de las dudas, los obstáculos, los peligros y las incertidumbres es más fácil luchar por ello sabiendo además con certeza quién está detrás, delante y en medio de todo: Jesús, nuestro Jesús Nazareno.

Me podréis decir que en el monasterio no tengo muchas posibilidades de llevar a cabo una vida de entrega y amor a los demás. Pues siento deciros que no es así. Desde la vocación contemplativa os aseguro que el sufrimiento del mundo, de cada hombre, los más cercanos y los más lejanos no nos dejan indiferentes porque nuestra oración se extiende a toda la humanidad. También compartimos nuestros bienes materiales y espirituales con los pobres y necesitados. Procuramos transmitir la Buena Noticia del Evangelio con nuestras palabras cuando son necesarias y con nuestro silencio. Intentamos tener pacificado nuestro corazón para poder regalar paz a quienes llaman a la puerta del monasterio. Apostamos por una vida en común, no sin esfuerzo constante, anunciando que podemos vivir juntas y unidas personas muy diferentes y durante mucho tiempo. Y así podría seguir dando razones por las que la vida contemplativa tiene plena actualidad. Y os aseguro que mi futuro no está cerrado, mi deseo es seguir caminando, conocer cada día más a Jesús, porque Jesús es inagotable, de quien estoy totalmente enamorada como ya os he dicho antes.

Sin embargo, y para ir terminando, quiero deciros que para seguir a Jesús no hay que hacerse monja contemplativa o cura. Vivir el Evangelio es tarea de todo cristiano, cada uno desde su vocación concreta, por eso me siento unida a cada uno de vosotros donde quiera que estéis sabiendo que lo que nos une es el amor de Jesús hacia cada uno de nosotros de forma personal y única, sí, nuestro Jesús Nazareno a quien queremos honrar desde lo más profundo de nuestro ser. Como os he dicho, sigo siendo una hija de Jávea, me siento feliz por ello. Cuando partí hacia esa ancha tierra de Castilla dejé innumerables recuerdos, muchas experiencias vividas, grandes personas que hoy siguen formando parte de mi vida… y un montón de rostros con nombre y apellidos que aunque cierre los ojos no se me escapan nunca. Por eso no me queda más que agradecer a Jesús Nazareno su infinita ternura, amor y predilección para cada uno de nosotros, sus hijos, y desearos a todos unas felices, profundas y religiosas fiestas en honor a nuestro patrón. Os quiero a todos.

Desde el Monasterio de San Salvador en Palacios de Benaver (Burgos)
María Antonia Cervera Cardona, monja benedictina.