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Relato de mi experiencia

02 relato de mi experiencia


Me han invitado a que dé un breve testimonio de nuestra vida de contemplativa poniendo como referencia a María en el relato de las bodas de Caná.

Yo destacaría en este relato cuatro aspectos esenciales en la vida de María:

  1.  Ella puso en el centro de su vida a Dios, vivió solo para Él y para los hermanos.
  2. Estuvo siempre abierta a la voluntad de Dios y a la escucha de su Palabra.
  3. Tuvo un papel de intercesora.
  4. Y vivió una vida sencilla, discreta, escondida...

Estos rasgos son los más característicos a nuestra vida contemplativa, están presentes en la vida de toda monja, en mi vida de benedictina.

En un momento de mi vida me sentí llamada por Dios y seducida por su amor. Decidí también yo ponerle a Él en el centro de mi vida y consagrarme toda entera a Dios y a mis hermanos, los hombres, como lo hizo María. Toda mi vida estaría ya dedicada a la búsqueda de Dios.

Elegí la vida contemplativa porque me atraía vivir en el anonimato ofreciendo mi vida a Dios por todos los hombres y mujeres del mundo, solo bajo la mirada divina y también porque tenía una gran fe en el poder transformador de la oración y en la fecundidad de una vida escondida con Cristo en Dios.

Muchos amigos no entendieron mi decisión y me animaron a marcharme a cualquier congregación que se dedicara a obras sociales, o a misiones ya que les parecía que mi vida iba más útil y más fecunda que encerrada en un monasterio. Les parecía que iba a malgastar mi vida e incluso veían mi opción como una postura cómoda y egoísta. Me alejaba y así me desentendía del mundo.

Ellos no me entendían, pero la monja contemplativa sólo busca a Dios. Su secreto está en vivir solo para Él, no desear más que a Él, no poseer más que a Él.

Al monasterio no me trajo el fracaso ni el miedo a la vida ni la comodidad, me trajo solamente el amor a Dios y la pasión por mis hermanos, los hombres. Si opté por separarme físicamente del mundo, por retirarme fue porque quería tener unas condiciones de silencio y soledad que me ayudaran a buscar mejor la voluntad de Dios, a tratar de hacerla vida de mi vida, a permanecer a la escucha de la Palabra como María.

Y me traje conmigo, dentro de mi corazón a mis hermanos los, hombres, sus gozos, sus dolores, sus anhelos... Y puedo aseguraros que el vivir desde Dios te acerca mucho más a las personas. Nunca, creo, haber estado tan cerca de mis hermanos y hermanas, ni tan en comunión con las víctimas del mundo de hoy como ahora. Es imposible contemplar a Dios como Padre sin vivir la fraternidad, sin pensar en sus hijos, sin amar sus vidas, sin compartir sus sufrimientos.

Mi misión, pues, no es predicar, ni transformar el mundo llevando a cabo proyectos, sino ser para Dios, alabar, bendecir, adorar a mi Señor e interceder, como María, por todos los hombres y mujeres del mundo para que el Reino de Dios se haga realidad, para que el Señor cambie el agua en vino. Pues hoy urge llevar el buen vino a unos hombres y a unas mujeres que han perdido el sentido de la fiesta, de lo gratuito. Urge llevar el buen vino del Espíritu a una sociedad que pone sus ojos solamente en las cosas materiales, que no conoce la luz de las estrellas porque ya no levanta sus ojos al cielo. Urge ayudar al hombre y a la mujer a levantarse del barro, del cansancio, de la angustia, del sin-sentido. Urge alegrar los corazones de todos.

Y esta misión de intercesoras la llevamos a cabo, como María, en el marco de una vida sencilla, discreta, anónima, escondida a las miradas y a la valoración de los hombres, pero preciosa a los ojos de Dios como fue la vida de María.

Quizás muchos de los que estáis aquí esta tarde no comprendáis el por qué permanecemos aquí un grupo de mujeres escondidas sin hacer aparentemente nada productivo ni nada útil. Es cuestión de AMOR, la única respuesta está en el AMOR, no hay más explicación, y el amor es la fuerza más fecunda de salvación.

Dada mi condición de monja comtemplativa me gustaría finalizar este sencillo testamento con una plegaria de intercesión a María, la Señora de Caná de Galilea.

Tú, estabas allí, en la fiesta de Caná. Y con tu presencia la hiciste más fiesta todavía. María, tú estás donde se canta y donde se sufre, donde se celebra un dolor y donde se celebra una alegría. Por eso hoy estás en medio de nosotros.

Madre, tú estás siempre atenta a los detalles ajenos. Cuando no hubo sitio para ti en Belén, cuando tuviste que carecer de todo en la huida, no reclamaste nada... Pero cuando a los demás les falta algo, hasta lo superfluo, tú sabes salir al encuentro y con esa bondad maternal y ese acento de súplica no pides, simplemente expones.

Tu experiencia de la intervención constante de Dios en tu vida te vuelve hacia los hermanos, te hace sensible a sus necesidades, te hace solidaria con su destino y es allí donde te encuentras con tu Hijo.

En Caná, tu presencia contemplativa, Madre, te hace intuir el problema que se presenta, y con una confianza ilimitada en tu Hijo, le dices: “No tienen vino”... Y adelantaste la hora de tu Hijo, anticipaste con tu presencia vigilante y solícita el gozo del vino nuevo del Reino.

Con toda seguridad les dijiste a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Tú conocías el corazón de tu Hijo y pusiste en sus manos la situación conflictiva de los novios sabiendo que la fe mueve montañas, que la oración rasga los cielos...

Cambia; María, nuestra agua en vino, que no falte nunca en nuestros hogares, en nuestros pueblos, en nuestras comunidades la fe, la esperanza; que irradiemos siempre la alegría fecunda del amor y aprendamos cada día que la felicidad consiste en darse, que Jesús es fiel y nunca falla y que queremos vivir en la austeridad, en la alabanza y en la alegría serena de la fidelidad. AMÉN.