Cuarto Domingo Adviento - A
Mateo 1, 18-24
La lectura del profeta Isaías es el culmen de todo lo que hemos venido leyendo los domingos anteriores, con mucho tiempo de antelación, el profeta anuncia la Buena Nueva: “La virgen está en cinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel que significa Dios con nosotros”. No podemos pedir más, el Dios creador, el Dios todo poderoso se va a hacerse uno como nosotros, donde está el miedo o el temor, a partir de ahora solo cabe la fidelidad, el seguimiento y la confianza más absoluta. Dios no tiene ningún reparo en abajarse y compartir todo lo nuestro, lo que somos y lo que tenemos.
Sin embargo, en algunos momentos de nuestra vida, recurrimos al Señor para presentarle nuestras peticiones de ayuda, pero lo hacemos a menudo desde la desconfianza; en otras ocasiones lo culpamos de nuestros fracasos, porque cuando algo va mal es porque él se ha olvidado de nosotras.
Hoy, a pocos días de la celebración de la Navidad, la liturgia nos plantea una invitación a cuestionarnos si realmente confiamos en que nuestro Dios es un Dios que actúa pensado en nosotras, o si nuestra aparente fe oculta en realidad una profunda desconfianza, por ejemplo, cada vez que nos dirigimos al Señor desde el enfado porque no nos concede lo que le rogamos con insistencia, cada que vez que nuestra vida se carga de angustia por el qué pasará sin acordarnos de que para el Señor somos las más importantes, o cuando siempre olvidamos abrir los ojos a la realidad, a lo que es nuestra vida de cada día, para descubrir en ella las huellas del Señor caminando a nuestro lado, en todo lo que hacemos y en las personas con las que convivimos. La primera lectura es por tanto, una invitación a revisar nuestra forma de relacionarnos con el Señor y por si descubrimos debajo de nuestra apariencia de personas de fe, unas formas o ritos que esconden desconfianza.
El evangelio es la demostración de que Dios cumple siempre su promesa. Pueden pasar siglos, generaciones y generaciones, pero el Señor no se olvida de lo que ha prometido. Y cumple aquella promesa de estar cerca del hombre, tan cerca, que se hace uno de ellos. Y por eso, decide encarnarse, aunque eso signifique hacer un auténtico milagro. ¿Cómo vivir angustiada sabiendo que tenemos un Dios que está dispuesto a hacer tanto por nosotras?, ¿Cómo negar esa evidencia de que Él siempre cumple lo que promete?, ¿Cómo sentirnos perdidas, si Él ya ha venido a salvarnos?, son estas unas preguntas muy relacionadas con el Adviento, unas preguntas para hacérnoslas en nuestro interior. En un mundo difícil, complicado, la luz va a volver a brillar, la esperanza vuelve a renacer.
Otra de las sorpresas de la Palabra de Dios de este día es la figura de José. La lectura sólo dice que era una persona buena: “José que era bueno y no quería denunciarla…” ¡Qué cosa más simple y a la vez que importante! Todas sabemos lo que significa que alguien sea conocido como una persona buena. Tras esa afirmación se esconde toda una cantidad de virtudes: sencillez, humildad, disponibilidad, entrega, cercanía, simpatía, quizá incluso algo simple, pero con una simplicidad necesaria para poder vivir desde la confianza y para poder siempre tener un corazón lleno de esperanza. Las figuras de María y José hablan bien de todo esto. En nuestra vida tan cargada de cosas, y de proyectos, y en estos días tan ajetreados ante las celebraciones navideñas, un poco de sencillez, tranquilidad y sosiego no nos viene mal.
Señor, cuando tu llegada es inminente danos un corazón que sepamos esperarte como te mereces. Haz que no nos despistemos con cosas que pasan, sino que ahondemos y disfrutemos de tu hermoso Misterio de Amor y debilidad. Que sepamos despertar en nosotras toda la esperanza y la ilusión que significó tu nacimiento.
Se lo pedimos al Señor, y lo hacemos los unas por los otras. Al tiempo que seguimos recordando a los que menos tienen, los pobres, los que están solos, a los que les falta lo imprescindible incluso en estos días, haz Señor que no nos olvidemos de ellos, que siempre los tengamos presentes en lo que hacemos.