Tercer Domingo Adviento - A

3 advientoAMateo 11, 2-11

Seguimos avanzando en nuestro caminar por el tiempo de Adviento. Si hasta ahora se nos llamaba a la esperanza, hoy se nos llama a la alegría. Todavía no es la alegría desbordante de la Navidad, pero sí es la alegría propia de quienes saben que con Jesucristo sus vidas pueden cambiar, y este mundo puede ser distinto.

“Estad alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”. Con estas palabras vamos a comenzar la eucaristía de este domingo tercero de Adviento, el domingo “Gaudete”. Estamos alegres porque el Señor está cerca.

En el evangelio de este domingo vuelve a aparecer la figura de Juan el Bautista. Se encuentra encerrado en la fortaleza de Maqueronte. Herodes lo había mandado arrestar por haber denunciado su vida inmoral.


Estando en la cárcel oye hablar de las acciones de Jesús y se pregunta si Jesús es realmente aquél a quien él había anunciado. ¿Dónde se manifiesta la superioridad de su fuerza y su poder? ¿No la debería demostrar también liberando a Juan de la prisión? Juan ha anunciado a un Mesías lleno de fuerza, un Mesías juez que vendrá a arrancar, a condenar. Vive anhelando la llegada del juicio terrible de Dios que extirpará de raíz el pecado del pueblo. Por eso las noticias que le llegan hasta la prisión acerca de Jesús lo dejan desconcertado.

Juan ve tentada y probada su fe en Jesús. Envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? ¿Eres tú realmente el mesías o deberá venir otro que responda mejor a las profecías a las esperanzas, a las expectativas esperadas?
Los esquemas mentales que él había concebido con respecto al mesías no corresponden con lo que cuentan y dice de Jesús. Porque dicen que no condena, sino que perdona; no es implacable, sino comprensivo; no impone, sino que invita; no arrasa como justiciero, ama hasta la ternura. Entonces Juan busca, pregunta, consulta y acepta los planes de Dios que no coinciden con los suyos. Una gran lección de fe contrastada.

Jesús no responde directamente a la pregunta de Juan. Le remite al punto de partida de su pregunta. Juan tendrá que deducir la respuesta de las obras que Jesús hace, aquellas mismas obras que han originado su pregunta. 

Juan vivió una auténtica crisis de fe, se encuentra en la oscuridad de la cárcel. ¿Y dónde está Jesús? ¿Qué está haciendo Jesús por él? ¿Dejarle que se pudra en la penumbra de un calabozo?

Sus discípulos le traen noticias de los comportamientos de Jesús. Pero Jesús no se deja ver por allí. Y las noticias que le cuentan no parecen coincidir del todo con la novedad que él esperaba. Y comienzan las dudas. ¿Habré estado yo equivocado? ¿Será realmente Jesús el Mesías que él anunciaba? ¿Será realmente Jesús el verdadero Mesías? Yo lo he dado todo por él, pero él ni se acerca ni mueve un dedo por mí.
Es la última tentación de Juan. Es la tentación de todo creyente cuando siente que Dios no responde a la idea que se había hecho de él. O cuando Dios pareciera desentenderse de nosotros y nos deja solos y abandonados en la humedad y la oscuridad de la cárcel de nuestros problemas. O cuando no lo vemos y sentimos que tampoco nos escucha, ni nos hace caso.

Jesús le muestra su carné de identidad. Es entonces que Juan envía a sus discípulos a reclamarle a Jesús su identidad. “¿Eres realmente tú el que ha de venir o tenemos que seguir esperando a otro?” “¿Eres tú el que yo anuncié como el Mesías prometido o realmente me equivoqué de persona y tendremos que seguir esperando?” Juan estaba seguro de lo que proclamaba y anunciaba. Juan estaba seguro de la mesianidad de Jesús. Pero ahora que le cuentan lo que hace, comienza a entrar en dudas.

Y Jesús más que darles respuestas claras del sí o del no, sencillamente les presenta su carné de identidad. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”

El carné de identidad de Jesús no son sus palabras, sino las actitudes y los hechos de vida. Su carné de identidad son los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos, los muertos y los pobres. Es el mismo carné que firmó Isaías en el capítulo 35,1-6.

Cuando uno viaja a otro país, tiene que pasar necesariamente primero por la Policía. Allí tiene que presentar su Pasaporte o su Carné de identidad. Sólo entonces le permiten pasar. De lo contrario ni puede pasar ni entrar, ni siquiera a recoger sus maletas. Tiene que identificarse.

A Jesús, Juan le pide que se identifique. Y Jesús enseña su Carné de identidad: “se anuncia el Evangelio a los pobres”. Esa es su verdadera seña de identificación.

A Dios le pedimos que se identifique. Que nos muestre su Carné o Pasaporte de identificación. Para muchos resultan documentos poco válidos. Exigen documentos que respondan mejor a nuestras exigencias. “Anunciar el Evangelio a los pobres”, no es hoy un Pasaporte con demasiados éxitos de circulación por la vida.