Domingo V - A
Juan 11,1-45
Avanzada la Cuaresma nos encontramos ya en el quinto domingo. En los anteriores y en este mismo se nos pone de manifiesto la identidad de Jesús, identidad que se va abriendo bellamente a través de los siete signos: como “Agua Viva”; como “Luz para el Ciego”; como “Salud para el paralítico” y hoy en el episodio de Lázaro se revelará como “Vida Eterna”.
Hoy nos toca reflexionar este signo: la resurrección y la vida tan ampliamente detallado en el episodio de la resurrección de Lázaro.
Lo primero que nos tiene que surgir del conjunto de las lecturas de este domingo es el más profundo acto de fe en el DIOS DE LA VIDA a pesar de tantos acontecimientos y noticias de muerte que día a día nos golpean y entristecen. Pero por encima de todo renace la esperanza que viene de la Palabra de Dios y que por su Espíritu hace revivir los huesos secos y a Jesús le da la fuerza del espíritu de sacar a un amigo de su tumba.
Estamos viviendo una situación que pone a prueba nuestra fe. Estamos palpando nuestra fragilidad y sentimos la necesidad de acercarnos más a Dios. Pero podemos creer que Dios no nos escucha.
Leemos en el evangelio que Marta y María, también vivieron una situación algo semejante a la nuestra. Ante la gravedad de su hermano Lázaro, les quedaba la esperanza de que su amigo Jesús vendría y le curaría, y con esa esperanza le mandan un recado. Les bastarían pocas palabras para que Jesús supiera lo que tenía que hacer: Señor, el que tú amas está enfermo, pero Jesús parece que se hace el desentendido, prolonga su estancia y cuando llega, Lázaro ha muerto. Pese a la confianza que tenían las hermanas en Jesús, su fe se tambalea: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero ¿era correcto lo que ellas esperaban de Jesús?
Con frecuencia nuestra fe es débil y en estos momentos está sometida a prueba, nos cuesta ver la compasión de Dios. Necesitamos los ojos de Dios para mirar a la cruz y descubrir que quien de ella cuelga es el mismo Hijo de Dios. Hoy nos pide que pongamos nuestros ojos en Él. Jesús es capaz de hacer mucho más de lo que pedimos o creemos necesitar.
Nadie más que él podía decir: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Esta es la mayor revelación de Jesús, tiene poder sobre la vida y sobre la muerte, y aquí radica el meollo del texto evangélico. ¿Crees esto? Y momentos después Jesús se echa a llorar por la muerte de Lázaro. ¿Creemos, aunque no lo comprendamos, que Jesús está a nuestro lado también en estos momentos? También a ti y a mí, Jesús nos pregunta: ¿Creemos que también llora con nosotras por tantos muertos, por tantos enfermos, por tanto dolor…? ¿Creemos que Jesús en estos momentos nos visita y llora con nosotras por la catástrofe que estamos viviendo?
Son días para pedirle que nos abra los ojos como se los abrió a Marta y María al misterio de la vida nueva, que nos abra los ojos para ver que el poder de Dios va más allá de nuestras expectativas, para creer que él llora con nosotros porque nos ama asumiendo nuestra condición humana en su totalidad. Cristo manifiesta que tiene poder sobre nosotros tanto en la vida como en la muerte, que nuestra muerte física es el preludio de nuestra resurrección. Cristo nos dice como a Lázaro: Sal afuera del sepulcro de la tristeza, del miedo… Sal afuera. Yo he venido para que tengáis vida en abundancia hoy, mañana y siempre. Yo soy la resurrección y la vida.