Corpus Christi - A

corpus christiJuan 6, 51-58

Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esta fiesta la celebramos todos los días, porque la Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Pero este día queremos dedicarle un culto más específico y más solemne. Las lecturas, la oración y toda la fiesta se centrarán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, signo de un amor sin límites. A tanto llega el amor de Cristo que ha querido quedarse con nosotros, hacerse alimento para nosotros y actualizar su misterio pascual. Hoy también se celebra el día de la Caridad porque no se puede celebrar la mayor entrega del Señor sin que sintamos la necesidad de entregarnos también nosotros a los hermanos, de compartir lo que somos y tenemos con los hermanos más necesitados, y de vivir en una creciente actitud de servicio.

Nos hallamos en el marco del Discurso de Cafarnaún. Y ahora Jesús se presenta como “el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre”. El pan que nos ofrece Jesús, no es como el pan que comieron nuestros padres, ellos lo comieron y murieron. El pan que nos él nos ofrece nos dará la vida para siempre, la vida verdadera, la que no se acaba. Los alimentos humanos no pueden garantizar una vida sin fin. Tan sólo un alimento espiritual puede darnos la vida eterna. Jesús prometió ese alimento y declaró que era su persona. Jesús entregó libremente su vida por los demás y anticipó esa donación en ese gesto genial que es la Eucaristía, instituida en la Última Cena. Jesús nos alimenta con su persona, su vida y su palabra. Nos alimenta incorporándonos a sí y haciendo que circule por nosotros su misma vida. Esa vida que Él ha recibido del Padre, una vida divina que dura para siempre (Juan 6,51-58). Jesús promete la resurrección en el último día. En realidad, ese día definitivo ha llegado ya con su resurrección de manera que esa vida eterna está presente ya en nosotros y la vivimos en la fe, la esperanza y el amor. No es todavía la vida eterna en plenitud, pero son las primicias y la garantía de lo que un día seremos y ya se deja entrever esa vida en abundancia que brota de la entrega generosa de Jesús por todos nosotros.

La Eucaristía es hacer memoria, es revivir la entrega de un Dios que, en Jesús, sale de sí mismo para darse a los demás y que nos invita a hacer lo mismo en su recuerdo. Sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debe de hacernos crecer en el amor a los hermanos. Por encima de las oraciones litúrgicas de acción de gracias, por encima de las oraciones privadas, la verdadera acción de gracias es la caridad. ¿Por qué falla la Eucaristía? Porque no nos dejamos transformar. Creemos que al comulgar hacemos a Cristo cosa nuestra, cuando la verdad es otra: al comer a Cristo, somos comidas por él. La Eucaristía falla cuando comulgamos, no cuando somos comulgadas. Cada comunión debe de hacernos crecer en el amor a los hermanos. El día del Corpus es un día para la adoración, para la acción de gracias a ese Dios, tan grande y tan pequeño, que ha querido quedarse con nosotros en forma de pan y vino, el alimento más común al que tienen acceso los pobres y los ricos, pero también es un día para la reflexión, para el examen. Hoy tenemos que preguntarnos si realmente nos sentimos alimentadas por Jesús en la Eucaristía. Si nos dejamos partir y repartir como él. Si la Eucaristía es fermento de unión entre nosotras. Si se traduce en nuestra vida concreta o si se termina la finalizar la celebración. Si la Eucaristía no nos lleva a ser más generosas, a entregarnos más, a ser fermento de unión y no de desunión en la comunidad, a plasmar en nuestra vida los sentimientos y actitudes de Jesús. Si no es así, es la que la Eucaristía no está siendo bien vivida. La iglesia en la festividad del Corpus Christi celebra el día de la Caridad y lo hace bajo el lema: “Sentado a la mesa con ellos”. “El Señor, compadecido de nuestra enfermedad pandémica, de nuestra desesperanza y soledad, nos invita a encontrarnos con Él en el camino y a sentarnos a comer a su mesa. Espera así que, unidos a Él, nos convirtamos en testigos de la fe, forjadores de esperanza, promotores de fraternidad y constructores de solidaridad en medio de esta situación tan dolorosa que estamos atravesando.”