Domingo XV - A
Mateo 13, 1-23
Hoy la liturgia nos presenta la parábola del sembrador. Esta parábola pertenece a los comienzos de la predicación de Jesús. Contando esta historia, Jesús manifiesta su ilimitada confianza en Dios, que, a pesar de todas las pérdidas y dificultades habituales en la siembra, dará al final al sembrador una abundante cosecha Jesús sale de casa y se sienta sobre la orilla del mar, la gente acude a él deseosa de escuchar su palabra. Jesús les habla de muchas cosas en parábolas. El objetivo de las parábolas es ayudarnos a entender la realidad del Reino de Dios, ese obrar silencioso y eficaz de Dios en medios de nosotros.
La gran noticia de este domingo es que nuestro Dios es un Dios que sale a sembrar cada día en el campo del mundo y en nuestras pequeñas historias personales. Somos campo donde Dios siembra. Dios esparce su palabra y su buena noticia, lo demás depende de nosotras…
Palabras, encuentros, personas, silencios, acontecimientos, lecturas, la historia de cada día…Todo es semilla que llega a nosotras. La semilla que a unas interroga a otras les deja indiferentes… pero todas somos tierra donde Dios siembra la novedad de su Reino y, si queremos, puede germinar en nosotras. La Parábola del Sembrador y la Semilla que Jesús contó, es una escenificación de las posturas que las personas solemos tomar frente a la escucha de la Palabra de Dios. Estas posturas suelen ir, desde los que no escuchan ni hacemos ningún caso, hasta los que se lo toman muy en serio y actúan en consecuencia. El corazón de las personas, es la tierra en la que Dios siembra su Palabra. Depende del estado y disposición de esa tierra, el que la Palabra dé abundante fruto, o se pierda sin más. La Palabra de Dios hay que recibirla con alegría y amor, cultivarla con esfuerzo y sudor y cuidarla con mimo y calor, para que cambie nuestra vida y nuestro corazón, al germinar en nuestro interior.
Así pues, Jesús cuenta la parábola del sembrador que sale a sembrar echando la semilla en abundancia, sin demasiados cálculos. Este hecho habla de la gratuidad del sembrador, que derrocha su semilla sobre el camino, sobre las piedras, sobre las espinas y, finalmente, sobre tierra buena donde da fruto: unas veces cien, otras sesenta, otras, treinta. La parábola del sembrador es una invitación a la confianza en ese Reino de Dios, que, a pesar de todos los obstáculos, va avanzando. Aunque, a veces, parezca que no avanza nada y todos son fracasos. Este mensaje optimista y esperanzado es muy necesario en la Iglesia de hoy, en nuestras comunidades. Tenemos pues que tener confianza en la acción de la palabra de Dios. Nosotros sólo somos sembradoras, es Dios quien riega y hace germinar la semilla. No sabemos cuánto ni cuándo ni cómo. El resultado final se nos escapa de las manos, pero el Reino de Dios avanza.