Domingo XXI - A
Mateo 16, 13-20
En el Evangelio de hoy Jesús hace toda una encuesta, un sondeo de opinión acerca de quién es él para la gente y para los discípulos. Hasta este momento, aunque muchos habían escuchado su palabra, y habían visto los milagros que realizaba, también muchos se habían alejado de Él, y lo habían rechazado. Ante esta situación Jesús quiere reafirmar, fortalecer el seguimiento hacia Él por parte de sus discípulos.
Primero, Jesús les pregunta sobre qué opina de Él la gente. Ellos responden que la gente lo tiene como un profeta, en línea con el Bautista, Elías o Jeremías. Para Mateo, la experiencia de Jeremías, perseguido y despreciado, por su fidelidad a la voluntad de Dios, es un buen ejemplo para comprender la misión y destino de Jesús. Y después Jesús lanza la incisiva, y decisiva pregunta dirigida a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Ya en otras ocasiones los discípulos habían reconocido a Jesús como el Hijo de Dios, pero en esta ocasión Pedro, situándose como “portavoz” de los demás confiesa su fe en Jesús diciendo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús lo felicita por lo acertado de su respuesta, al tiempo que le revela quién se la ha dictado: ¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17); Le cambia el nombre, constituyéndole en piedra, en fundamento del edificio de su iglesia; le da autoridad, simbolizada en las llaves. Las llaves abren y cierran, permiten el paso o lo impiden. Pedro recibe la tarea de velar por la Iglesia, de ayudarla a caminar cuidando la unidad, la comunión, y desde el vínculo de la caridad hacer posible en otros el testimonio creíble y gozoso de quien ha puesto a Cristo como lo más importante de su existencia.
Desde el primer momento, las comunidades cristianas aceptaron a Pedro como el Vicario de Cristo; es decir, el que hace sus veces en la tierra. Presidió inicialmente la comunidad de Jerusalén, después lo haría en Roma, en donde sellaría su fe en Cristo con el martirio. Y allí quedarían sus sucesores, Vicarios, a su vez, de Cristo. Esta última consideración nos invita a ver al Papa como lo que es: Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo y a mirarlo siempre con los ojos de la fe. El Papa ha recibido el encargo de asegurar el servicio de la fe, de la caridad, de la unidad y de la misión evangelizadora. Por otra parte, la comunidad cristiana no es del Papa sino de Cristo, como lo dejan claro sus palabras “edificaré mi iglesia” (Mt 17, 18); el Papa es quien más explícitamente ha recibido la misión de animar, unir, confirmar a la comunidad de Cristo, que, además, de una, santa y católica es también “apostólica”, pero todos nosotros somos sus colaboradores.
Hoy también nosotras, estamos invitadas a responder libremente desde lo que hemos leído, aprendido, escuchado, orado, vivenciado, desde nuestra propia experiencia. ¿Quién es Jesús para mí? … Suele ocurrir que ante esta pregunta contestemos con palabras bonitas, con respuestas aprendidas del catecismo, fórmulas, conceptos…. Se trata, sin embargo, de saber qué piensas, qué buscas, por qué le sigues, qué esperas de Él, y por eso la pregunta es comprometedora, se necesita tomar conciencia de nuestro seguimiento. ¿Nuestras vidas qué dicen de Jesús? ¿Cómo manifestamos esa fe en Jesús? Los que entran en contacto con nosotras ¿descubren algún rasgo de Jesús en nosotras?
La cuestión es nuestra respuesta, la que sale de nuestro corazón, ésta nos exige una definición personal con respecto a su persona. En otras palabras, nos dice: quiero saber hasta qué punto estáis dispuestas a dar la vida por Jesús; saber hasta dónde alcanza nuestro compromiso; hasta qué lugar estamos decididas a llegar en este largo camino que hemos iniciado juntas. Quede claro que, si nuestra fe en Jesucristo no cambia nada en nuestra vida, de nada vale tampoco que digamos como Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Según sea mi respuesta, así es y será mi fe en Jesús.
Podemos responder con perfectas fórmulas de libro, pero si no están sustentadas por la experiencia del encuentro con Cristo, de poco sirve. La respuesta a esta pregunta no puede ser aprendida sino personal, está unida a nuestro modo de seguir a Jesús. Debemos de ponernos, cada una, ante Jesús, dejarnos mirar por él y escuchar desde nuestro corazón sus palabras: ¿Quién soy yo para ti? A esta pregunta se responde más con la vida que con palabras.
Respondamos con la propia vida, con una vida que sea fruto del encuentro transformante con Jesús, entonces nuestra presencia será testimonial significativa para otros. Ojalá que seamos “llaves” que facilitan, que posibilitan a otros la experiencia del amor de Dios, el encuentro con la vida nueva de Jesús.
“Te damos gracias; Padre, porque nos interpelas y nos obligas a responder con respuestas no aprendidas de memoria. Danos tu luz, Padre, para vivir más consecuentemente la fe que hemos recibido”