Segundo Domingo de Adviento - B

2advientobMarcos 1, 1-8

El domingo pasado se nos hacía una llamada insistente a “Vigilar”, la de hoy se puede sintetizar con otra consigna también clara y enérgica: "convertíos". Convertirse no significa necesariamente que seamos grandes pecadoras y debamos hacer penitencia.

Convertirse, creer en Cristo Jesús, significa volverse a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y su mentalidad, irla asimilando en las actitudes fundamentales de la vida.

Por eso la voz del Bautista es incómoda. Nos invita a un cambio, a tomar una opción: "preparad el camino del Señor, allanad sus senderos..."

Hoy se nos invita a bajar de nuestra soberbia, de nuestro orgullo, de nuestra prepotencia y a elevar nuestra humildad; a enderezar nuestras dobles intenciones y tener “rectitud de intención” en todo lo que hacemos. Se nos invita a actuar con los criterios del evangelio y no con los del mundo. A orar y escuchar más la palabra de Dios en vez de nuestra palabrería. A reconducir nuestra manera de actuar, de comportarnos, de vivir como monjas.

Es una llamada que nos urge a dirigirnos al desierto, que en nuestro caso será hacia el silencio personal y comunitario para experimentar en la oración lo que es esencial en nuestras vidas.

En el desierto aparece un profeta diferente. Viene a preparar el camino del Señor. Su llamada no se dirige solo a la conciencia individual de cada uno sino a todo el pueblo.

La reacción del pueblo es conmovedora. Según Marcos, desde Judea y Jerusalén marchan al desierto para escuchar la voz que los llama. El desierto es el lugar mejor para escuchar la llamada a la conversión. Allí toman conciencia de la situación en que viven; experimentan la necesidad de cambiar; reconocen sus pecados sin echarse las culpas unos a otros; sienten necesidad de salvación. Según Marcos “confesaban sus pecados y Juan los bautizaba”.

Juan bautiza con agua, es un bautismo de preparación y penitencia. Jesús, en cambio, bautizará “con Espíritu Santo”. El auténtico bautismo es el de Jesús, el que nos transforma interiormente y nos convierte en criaturas nuevas. Como dirá Jesús a Nicodemo “hay que nacer del agua y del Espíritu”. Pero hay otra diferencia: Juan era la voz, Jesucristo es la Palabra.

Hay que destacar en Juan su coherencia y su humildad. Una coherencia entre lo que dice y lo que hace, entre su mensaje y su vida. Aparece en el desierto llevando una vida austera, iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Aparece solo frente a todo el pueblo. Juan nos hace una llamada a vivir con simplicidad, con sencillez, con austeridad. Se muestra humilde, sabe que él sólo es el precursor, que anuncia a Alguien que es más grande que él al que no merece ni desatarle las sandalias.

Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones. Dios está siempre cerca, somos nosotras las que tenemos que abrir caminos para acogerlo.

Las imágenes de Isaías nos invitan a compromisos concretos, fundamentales, como: cuidar mejor lo esencial, sin distraernos con lo secundario; enderezar caminos. A veces, nos vamos por senderos torcidos; despojarnos de la impaciencia y tratar de ser pacientes con las demás; despojarnos del egoísmo, de los apegos a las cosas y a las personas para revestirnos de actitudes de desprendimiento y generosidad, etc…

Nuestras vidas como las de Juan Bautista se tendrán que alimentar con la miel y las langostas del desierto, que son la miel de la simplicidad, del estar atenta, del ser amable con las hermanas, del estar siempre disponible, de cuidar las relaciones comunitarias, en definitiva, de todo aquello que hace más disponible el corazón para acoger a Dios que vino, que viene y que vendrá a nuestras vidas.

¡Feliz Adviento!