Domingo XIII - B
Las tres lecturas de este domingo nos dicen, de distintas maneras, que Dios es amante de la vida, que Él ha venido a darnos vida y vida en abundancia.
En el evangelio de hoy vemos a Cristo defender la vida de dos mujeres que estaban a punto de morir. La primera era una niña que tenía doce años. Su padre, Jairo, un jefe de la sinagoga judía, tenía una fe ciega en el poder de Jesús y no le importaron las críticas y las burlas que podrían venirle de los judíos piadosos que acudían cada semana a escucharle a él en la sinagoga.
El texto evangélico de hoy lo podíamos titular «dos en uno» o «dos por uno». En el relato evangélico de un milagro se inserta otro para aumentar el dramatismo del primero. Cuando Jairo, el jefe de la sinagoga, llega a los pies de Jesús pidiendo la curación de su hija, ésta está gravísima, pero viva. Y Jesús se va con él para curarla.
En el camino «se entretiene» porque la gente le rodea y no le deja avanzar. Es el momento para situar el evangelista el milagro de la curación de la mujer con flujos de sangre. Mientras tanto, la hija de Jairo muere: «¡Es inútil ya que el Maestro venga! ¡Ha muerto!», anuncian los amigos al padre de la niña.
Los dos milagros tienen un denominador común: una situación desesperada. No hay nada que hacer. La mujer está desahuciada por los médicos y la niña, muerta. Es el límite. Cuando ya nada pueden hacer los hombres, Jairo y la mujer enferma acuden a Jesús.
Jairo es jefe de la sinagoga, persona relevante, y se acerca a Jesús abiertamente. La mujer es una «doña nadie», sin nombre, sin títulos, una de tantas que llegan atraídas por lo que la gente cuenta de Jesús; la enferma se aproxima a Jesús con una secreta confianza, sin que nadie, ni el mismo Jesús, se dé cuenta.
Jesús, sanando a una mujer legalmente marginada por impura, a una persona herida en lo más profundo de su ser: (la sangre es la vida). Jesús aparece como el único médico capaz de otorgar al ser humano su genuina dignidad, la vida verdadera y la paz auténtica.
Resucitando a la hija de Jairo, el poder de Jesús se hace todavía más palpable. Es capaz de comunicar la vida incluso al que yace en la muerte. Ambos prodigios revelan el poder de Jesús y resaltan el poder de la fe: una fe sencilla, pero firme (la mujer enferma de hemorragias); e incluso fe probada (la de Jairo), que contrasta con la perplejidad de los discípulos en la tempestad del lago y que se convierte en modélica para el lector cristiano.
Jesús, en ambos casos, deja claro que es la fe lo que le mueve a manifestar su poder. Curando a la mujer (no porque le haya tocado, sino porque se ha acercado a Él con fe), y resucitando (haciendo que se "levantara") a la hija de Jairo (que, pase lo que pase, no desfallece en su fe). En ambas ocasiones la fe de aquellos que a Él se acercan, es la que hace que "salga fuerza de él" que salva.