Domingo XXXII - B
La Palabra de Dios nos interpela sobre nuestro comportamiento, sobre lo que creemos o decimos ser y lo que somos realmente. El evangelio nos dice que Jesús observaba, y observaba a los ricos que echaban mucho dinero en el cepillo del templo, y echaban mucho porque les sobraba; observaba cómo a los escribas les encantaba aparentar, llamar la atención, ser los primeros y ocupar los puestos de honor, les encantaba igualmente pavonearse haciendo largas oraciones, al tiempo que se aprovechaban de su status para devorar los bienes de las viudas.
Y dice también S. Marcos que Jesús observaba cómo una pobre viuda echó dos monedillas en el cepillo del templo, echó lo mínimo, pero para esta mujer era todo lo que ella necesitaba para vivir. La fe de esta mujer la llevó a ofrecer todo el sustento que tenía, entrega a Dios la vida entera, no echa de lo que le sobra, echa su posibilidad de vivir. Esta viuda se fía de Dios, lo que significa darle culto en espíritu y en verdad.
En la primera escena, Jesús pone a la gente en guardia frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: vivían una fe de apariencia, una fe vacía. Aparentaban y fingían ante su pueblo, utilizaban el culto para buscar su propia gloria y explotar a los más débiles. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda, y llama la atención a sus discípulos. De esta mujer pueden aprender lo que nunca les enseñarán los escribas: una fe total en Dios y una generosidad sin límites.
Hoy podemos identificarnos con los distintos personajes que aparecen, veamos sus actitudes, confrontemos nuestra vida y sobre todo nuestra vida religiosa, y veamos si coincide con la enseñanza que el Señor quiere trasmitirnos. A Dios le podremos mentir, pero no le podemos engañar. Jesús mira el corazón, no se fija en las apariencias, Jesús sabe leer lo que hay en lo profundo de cada ser humano, en cada uno de nuestros actos y en cada una de nuestras manifestaciones religiosas, si son apariencias e intereses particulares lo que nos mueve o si es la entrega total a Dios y a los demás. A Él no se le escapa nada, como no se le escapó la ofrenda de la viuda. Lo que cuenta para Dios no es la cantidad, las apariencias, sino un corazón generoso y entregado; no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que nos reservamos. Aquella viuda echa con amor lo poco que tenía y como consecuencia se da toda ella.
La viuda no solo entregó lo poco que tenía, sino que se entregó ella misma. Tampoco Jesús se reservó nada para sí, su vida fue una entrega total a Dios por nuestra salvación hasta su muerte y muerte en la cruz.
Tengamos como Jesús ojos para ver la grandeza que se manifiesta en lo pequeño, de ser generosos incluso en la necesidad, de ser capaces de darnos del todo en aquello que hacemos y a aquellos con los que y por los que vivimos. La ofrenda de la viuda es el auténtico sacrificio: darse, vaciarse a favor de los demás y así, llenarse de Dios.