Domingo Tercero de Adviento - C
Hoy celebramos el domingo de la alegría. ¿Porqué debemos alegrarnos? Nos lo dirá san Pablo: porque “El Señor está cerca”.
El domingo pasado veíamos a Juan recorriendo toda la comarca del Jordán predicando “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” Hoy Lucas nos presenta también a Juan en el desierto. Está anunciando que viene el Mesías prometido, el que va a poner todas las cosas en orden, el que va a abrir un nuevo futuro para el pueblo. Y la gente se le acerca. Escuchan que hay que convertirse como medida imprescindible para prepararse para la venida del que viene.
¿Qué significa en la práctica la convertirse? Cada uno pregunta desde su vida. ¿Qué tenemos qué hacer? Y recibe su respuesta de parte de Juan.
A la gente en general les dice que compartan sus bienes con los que no tienen. El que tenga dos túnicas debe dar una al que no tiene ninguna; el que tenga más comida de la que necesita debe dar de comer al que no tiene para comer.
A los publicanos que no roben al cobrar los impuestos. No deben estafar, ni tratar de recaudar más impuestos de los legítimamente establecidos.
A los soldados les pide que no utilicen la violencia, que no abusen de su poder contra los débiles e indefensos.
Y nosotras, ¿Qué podemos hacer ante un mundo cargado de llanto y sufrimiento? A respuesta de Juan es precisa y lapidaria: compartir, ser justas, honestas. Todo un reto de cambio para entonces y para hoy.
El Bautista nos recuerda que no existe auténtica conversión sino luchamos contra el egoísmo que lleva a acumular bienes materiales y si no buscamos cambiar las actitudes cotidianas de nuestra vida que nos alejan de Dios y de los hermanos.
En ninguna de las respuestas de Juan se dice que convertirse consista en hacer mucha oración y mucha penitencia para obtener el perdón de nuestros pecados. Parece que a Juan el pasado no le importa. Juan mira al futuro. Convertirse es cambiar de vida desde ya, comenzar a actuar de otra manera, más justa, más equitativa, más fraternal, porque así nos quiere Dios, porque esa es la voluntad de Dios, compartir lo que se tiene con los hermanos que carecen de ello.
Hoy, nosotras que deseamos convertirnos para preparar el camino al Señor, le preguntamos a Jesús qué hemos de hacer. Él no nos pide cosas abstractas, sino más bien concretas, adaptadas a nuestra vida. ¿Qué tengo que hacer yo?
Podemos dejar atrás nuestras ataduras, nuestros egoísmos, todo lo que nos ata y no nos deja volar, todo lo que nos centra de tal modo en nosotras mismas, en mis necesidades, en mis problemas, en mi deseo de sentirme segura, que nos impide levantar la vista y descubrir al hermano y a la hermana con los que me puedo sentir feliz compartiendo lo que tengo: la vida que Dios me ha regalado. De la alegría y el gozo que provoca esa liberación es de lo que nos hablan la primera y la segunda lectura. Sólo por ese camino encontraremos la verdadera paz y la verdadera alegría.
MI PAZ Y MI ALEGRÍA ERES TÚ, SEÑOR
Vienes en silencio y tus pasos, Señor, producen en mi serenidad, confianza y paz. Por eso espero tu llegada y preparo mi interior. Anhelo la Noche Santa se la Navidad y afino las cuerdas de mi alma, con la verdad, la espera, el silencio, la humildad y la vigilancia. Porqué sé, mi Señor, que mi alegría será plena y radiante cuando tú nazcas para siempre en mí. Amén