Domingo 7 - C

domingo 7 c 2022Lucas 6, 27-38

El domingo pasado escuchábamos las bienaventuranzas de Lucas y hoy seguimos con el llamado discurso de la llanura.
Jesús se dirige a “los que escuchan”, a los que abren su corazón para guardar su mensaje. Y, hoy nos hace también a nosotras una llamada a abrir el oído del corazón para acoger su Palabra y dejarnos transformar por ella.

El evangelio de hoy se centra en el núcleo de la doctrina de Jesús: el amor, un amor que llega hasta el extremo, “amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen y orar por los que nos injurian”. Quizá sea este el mandato más difícil de cumplir, la novedad que nos aporta Jesús.

Jesús nos pide que no devolvamos mal por mal, sino que respondamos con el bien. Nos pide esto porque en su trato con nosotras, él nos trata así. Puesto que él es misericordioso con nosotras, él quiere que nosotras seamos misericordiosas con los demás.

Estas propuestas se entienden desde la convicción profunda de Jesús de que el mal o la violencia no se podrán superar nunca yendo por el mismo camino. Hay que buscar la paz y la reconciliación empezando por pacificar el propio corazón y diciendo o haciendo a la otra persona lo que quisiera que me dijeran o hicieran a mí. Jesús hizo esto a la largo de su vida, lo podemos ver en diferentes pasajes del evangelio.

El que sea un programa de difícil cumplimiento, no significa que haya que descartarlo como imposible. Siempre será una meta y una referencia de aquello a lo que debemos aspirar como discípulas de Jesús. Tendremos que pedir la ayuda de Dios para ir dando pasos en esta dirección.

El amor exige un esfuerzo, pues se necesita aprender a deponer el odio, superar el resentimiento, bendecir y hacer el bien. Jesús nos pide orar por los enemigos. Pero, no quiere decir que debamos tener sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo el enemigo, y difícilmente puede despertar en nosotras esos sentimientos. Amar al enemigo es, más bien, pensar en su bien, hacer los que es bueno para él, no desearlo mal alguno.

Jesús nos da dos reglas claras de comportamiento ante la persona que nos ofende:

"Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. El bien que queremos para nosotras, debemos quererlo para los demás. El mal que no queremos para nosotras, debemos evitarlo.

2ª La otra razón que da Jesús para amar a los enemigos es para que imitemos la misericordia de Dios, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Esta debe de ser la característica principal de las que somos hijas del Altísimo, porque nuestro Dios, es exactamente lo que hace con cada una de nosotras, y nosotras, sus hijas, debemos imitarle.

Este talante se concreta en dos prohibiciones y en dos exhortaciones: “No juzgar”, no condenar” y “perdonar”, ”dar”. Y concluye este pasaje bíblico: “con la medida con la que midiereis se os medirá”

Cuando escuchamos bien este evangelio, nos parece imposible vivir un amor así. Nos sobrepasa y hacemos lo que podemos. Sin el Espíritu de Jesús nos es imposible seguir esos pasos. Pidamos a Dios que nos enseñe a amar como él nos ama y a perdonar como él nos perdona.

Jesús continúa el discurso dirigido a los discípulos. Las instrucciones que les da son los comportamientos y actitudes adecuadas hacia aquellos que desprecian a los que le siguen. Esta instrucción de Jesús tiene un carácter de mandamiento. Y de todos el que pone el primero es el amor a los enemigos. Quizá sea esta la exigencia más dura de cumplir por parte de los discípulos; no es sólo la gran novedad que apunta el mensaje de Jesús, sino su precepto más impopular y uno de los más difíciles de llevar a efecto. Pero es que el genérico amad se desarrolla o se concreta luego en otros tres imperativos: haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os injurian. O sea que Jesús nos pide no que no respondamos al que nos hace el mal, sino que le respondamos con el bien. De tejas para abajo la respuesta normal es: no puede ser. No me puedes pedir esto.

La razón por la que Dios nos pide esto, es clara, es porque en su trato con nosotros, nos trata así, lo que nos está pidiendo es que nosotros tratemos a los demás como él nos trata. Puesto que él es misericordioso con nosotros, él quiere que nosotros lo seamos también con los demás, puesto que él nos ama sin merecerlo nosotros, a causa de nuestros pecados, quiere que amemos incluso a aquellos que no se lo merecen, a aquellos que nos hacen mal. Desde la lógica de Dios perfecto, desde nuestra lógica no puede ser, hay algo que no encaja.

El que este sea un programa de difícil cumplimiento, no significa que haya que descartarlo como imposible. Siempre será una meta y una referencia de aquello a lo que debemos aspirar como discípulos de Jesús. Y en lo que a nosotros nos parece imposible, tendremos que implorar la ayuda de Dios para ir dando pasos posibles y necesarios en esta dirección. La eucaristía de cada domingo debe ser también celebración de lo que vamos avanzando en esta dirección.