Domingo 16 - C
Jesús en su camino hacia Jerusalén entra en la casa de unos amigos. S. Lucas solamente nos dice que entró en una casa, donde viven dos hermanas, Marta y María. S. Juan nos da a entender que estas hermanas, juntamente con su hermano Lázaro, eran amigas de Jesús (Jn 11,1-5). Marta, buena anfitriona, se preocupó de agasajar al Maestro, lo amaba y quería darle una acogida digna, que no le faltara nada, que pudiera recuperar fuerzas para seguir el camino, y en este menester emplea su tiempo y sus energías. Podemos imaginar la escena.
En cambio, su hermana María se despreocupa de estos trabajos y se limita a ponerse a sus pies y escuchar su palabra. Esta actitud incomoda a Marta y desde la confianza que muestra hacia Jesús, le dice, más bien le increpa: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano (10,40).
Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la mejor parte (v. 41). Marta con su comportamiento da más importancia al servicio que a la escucha.
Es lícito preocuparse por la casa, por el vestido, la comida, tantas cosas como necesitamos o que necesitan los más próximos a nosotros, pero afanarse, angustiarse no lo es. La actitud de Jesús hacia María más que de regaño es una invitación a que se centre, a que recupere lo esencial: la escucha del Maestro. Le invita a escoger la mejor parte.
También nosotras podemos caer en el activismo, en la misma trampa que cayó Marta; podemos querer servir al Señor y no escucharlo. Podemos estar tan ocupadas en hacer tantas cosas que nos olvidamos de lo más importante, de lo esencial. De Marta aprendemos que la vida de fe no consiste solo en servir, necesitamos también pasar tiempo con Jesús. Nuestro servicio debe brotar de un corazón rebosante de pasar tiempo con Jesús. Estamos llamadas a dar, pero antes debemos recibir para poder dar. Crecemos si escuchamos y ponemos en práctica la Palabra de Dios.
María nos enseña la actitud del verdadero discípulo: sentarnos a los pies de Jesús para escuchar su palabra. María se sentó para escuchar, dio preferencia a lo que realmente merecía la pena: oír la palabra de vida eterna. María tuvo en sus manos el escoger entre ser partícipe de la preocupación de Marta o sentarse a los pies de Jesucristo y aprender del maestro. Con esta actitud nos habla de la importancia que da a Jesús. No hace nada, simplemente mira y escucha. El verdadero discípulo primero escucha a Jesús. La fuente del discipulado está en escuchar a Jesús: de esta escucha debe nacer todo lo demás. La marca de identidad del verdadero discípulo está en la escucha de Jesús, sin menospreciar la labor de Marta, que también es necesaria. La escucha de la Palabra de Dios se debe palpar siempre en una acción de servicio.
La mayor prioridad en nuestras vidas debe ser escoger la parte buena, como hizo María: aprender de Jesús para que podamos llegar a ser como Él. Si no hacemos esto, ¿cómo podemos seguirlo? Esta es la advertencia y el mensaje del texto, válido para toda la persona, pues en la medida en que se deje iluminar por la luz de la palabra (Lc 8,16), podrá también ser ella luz del mundo (Mt 5,14), y dar testimonio de la acción de Dios en su vida.
El texto se presta para que nos hagamos muchas preguntas sobre nuestra relación con el Señor: ¿Seguimos caminando con el Señor como discípulas de Jesús? Si Jesús entrara en nuestra casa, en mi casa, ¿qué postura tomaríamos, la de Marta o la de María?