Domingo 25 - C
En el evangelio, Jesús nos vuelve a poner otra de esas exigencias que cuando la escuchamos hace que algo chirríe en nuestro interior: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Si hace dos domingos nos decía que el amor hacía Él debería estar por encima del de nuestra propia familia, hoy nos lanza este nuevo reto.
Jesús no condena el dinero, que es algo imprescindible para vivir, lo necesitamos incluso para cumplir con la misión de anunciar el Reino de Dios en nuestro mundo.
Pero nos pide que apliquemos algunos elementos correctores que sí son importantes, por ejemplo, que el dinero no sea el centro de nuestra vida, o sea que nuestra vida no se mueva únicamente por el deseo de tener cuanto más mejor, sino que haya otros valores que influyan más decisivamente en nuestro modo de vivir, que haya otras cosas que nos preocupen más que el ese deseo desproporcionado y enfermizo de poseer cuanto más poder económico mejor.
Miremos a nuestro alrededor y veamos donde podemos demostrar nuestra solidaridad con los que tienen meno16, 1-13s que nosotras. Ojalá estas palabras de Jesús despierten en nosotras esa necesidad de ayudar un poco más a los demás, también desde el punto de vista material. Si lo pensamos un poco descubriremos que podemos hacer más de lo que hacemos.
El versículo que cierra el evangelio nos recuerda la imposibilidad de entregarnos al mismo tiempo a la riqueza terrena y a Dios. Una alternativa que nos insta a tomar una decisión, a una opción fundamental entre el egoísmo o la entrega; el bien o el mal. Pidamos al Señor que aumente en nosotras la generosidad, que nos haga ser un poco más sensibles a las necesidades de los demás.