Domingo 31 - C
Lucas 19, 1-10
La historia de Zaqueo, aquel publicano de baja estatura que se sube a un árbol para ver a Jesús a su paso por Jericó, es una de las más conocidas y citadas de los Evangelios. No obstante, es una historia que cuando nos acercamos a ella con el corazón abierto, no deja de sorprendernos y de suscitar muchos movimientos en nuestro interior.
Zaqueo el publicano siente una profunda curiosidad por Jesús. Ha oído hablar tanto de él que, al enterarse de su paso por el pueblo, no escatima recursos para poderlo ver de cerca, para quedar expuesto ante el hombre que transforma y recrea la vida con la fuerza de su palabra y de sus gestos liberadores. Zaqueo, que ha querido salvar los impedimentos generados por su baja estatura, tanto corporal como moral, subiéndose a un árbol, es sorprendido por la iniciativa de Jesús que lo saca del anonimato y lo coloca en el centro de su atención, de su compasión y de su misericordia.
El acercamiento de Jesús trae consigo el regalo del perdón y del retorno a la comunión significada en la entrada en su casa, en su intimidad, para curar desde dentro las heridas causadas por una vida alejada del amor, la justicia, la honestidad y un largo etcétera. Con firmeza le dice Jesús: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.
La generosidad del amor y del perdón de Jesús hacia Zaqueo no tarda en generar la sospecha en los que se sienten justificados por la observancia de la ley, garantes de la moralidad pública y que creen que el acceso a la salvación es solo para los puros e incontaminados. Personas como Zaqueo, reconocido pecador, no pueden participar de los bienes de la salvación y han de permanecer excluidos de la comunión. La actitud magnánima y compasiva de Jesús les molesta y no dudan en esgrimir argumentos para quitarle crédito a su persona, sus palabras y su modo de proceder. Dice Lucas que “todos murmuraban, diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.”
El amor desarmó y transformó a Zaqueo. El injusto e inescrupuloso cobrador de impuestos reconoce su error y se pone en camino para reparar el daño causado. Dice con entusiasmo: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.
La escena termina con una apuesta que, a quienes somos como Zaqueo, nos abre las puertas de la esperanza y de la alegría del perdón. Jesús, con toda la fuerza de su corazón y la convicción de que con esta acción se cumple la voluntad del Padre, exclama: “Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. El regalo del perdón ha sido otorgado sin límites.