Domingo 1 Adviento - A 2023
Hoy comienza un tiempo nuevo. Nuevo en todos los sentidos. Nuevo porque empieza un año litúrgico nuevo, todo ese ciclo de celebraciones que se repiten de un año para otro y que nos ayudan a celebrar e interiorizar los misterios de la vida de Cristo, los misterios de nuestra salvación.
Nuevo también porque nos preparamos en este tiempo para celebrar y recordar la mayor novedad que ha acontecido en la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, el testigo vivo del amor de Dios para la humanidad, el que nos trae la salvación, el que nos abre la puerta de salida de este laberinto en el que estamos metidos todos.
Hay que tener el espíritu preparado para comenzar el Adviento, para prepararnos para la Navidad. Hay que abrir las manos y el corazón a la esperanza. No es tiempo para pensar en desastres. Es tiempo de levantar la vista al horizonte y atisbar que ya viene, que ya se acerca es el que es nuestra salvación. Con él trae la paz y la justicia.
El evangelista Lucas pone en boca de Jesús unas palabras con lenguaje apocalíptico para advertir a sus discípulos de entonces y a los que vendrían después a través de los siglos que debían estar dispuestos a vivir la nueva vida que Él proponía no estando apegados a todo aquello que «embota el espíritu y nos aparta de Dios.
Jesús quiere que sus seguidores estemos siempre despiertos y atentos a la voz del Espíritu que nos impulsa a buscar el Reino de Dios, aquí y ahora.
¿Es posible hoy la esperanza? ¿Es posible esperar que todo, algún día, vaya un poco mejor?
El Evangelio comienza con la imagen de un mundo que se derrumba y se destruye.
Y a poco que nos fijemos podemos tener la sensación de que es así: guerras, hambre, terrorismo, violencia; diferencias económicas cada vez mayores; la ambición cada vez mayor de los gobernantes, que consienten toda clase de corrupción; la justicia, quizá, cada vez más injusta…
Y en nuestra misma vida hay momentos en que parece que todo se nos derrumba: la muerte de un ser querido, un problema de salud, la falta de trabajo, una situación familiar difícil e insostenible… ¿Puede algún día ir todo un poco mejor?
En medio de esta sensación de catástrofe y desánimo, una palabra: EL SEÑOR VIENE.
Más aún: el Señor ya está aquí y hemos de dejar que esté entre nosotros, que se haga presente, que camine a nuestro lado, porque viene a salvarnos, viene a liberarnos de las miserias de nuestro corazón, viene a cambiar nuestros corazones y a plantar en nosotros la semilla del amor, viene a darnos luz y a mostrarnos el camino, viene a darnos fuerza y a ayudarnos.
Jesús nos trae la esperanza y no el desaliento: estad despiertos, levantad la cabeza, no os desaniméis, poned vuestro esfuerzo y vuestro granito de arena. Si os empeñáis, las cosas pueden cambiar, porque yo estoy con vosotros y hago fructificar vuestro trabajo y vuestro esfuerzo.