Domingo 5 - A 2023
“Vosotros sois la sal de la tierra”, “Vosotros sois la luz del mundo”, dos símbolos que no necesitan demasiadas explicaciones. La sal tiene la función de dar sabor a la comida, de purificar y de conservar. Pues, así como la sal da sabor a la comida, nosotras estamos llamadas a dar sabor a la vida.
La sal se diluye en los alimentos y nos enseña la humildad, nos enseña a vivir en minoridad. Nos lo repite Jesús en otros textos: El Reino es semilla, levadura, grano de mostaza…, no nos deja lugar al triunfalismo, parece decirnos: con poco-mucho. No necesitamos el aplauso, sino el testimonio, la autenticidad, el compromiso: “¿Por qué si la sal se vuelve sosa. No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente?
Hermanas tenemos el peligro, si no vivimos con autenticidad, de perder la capacidad de manifestar con nuestras obras y nuestro testimonio el Evangelio, entonces nuestra vida se volvería insípida, como la sal cuando pierde el sabor.
Somos también luz. Cuando no teníamos luz eléctrica, todos sabíamos que el candil, había que ponerlo bien alto, si queríamos iluminar cualquier habitación. En la oscuridad del mundo, en los momentos difíciles de la existencia, cuando parece que la humanidad anda ciegas, nosotras tenemos que apuntar la aurora.
La luz, es un tema recurrente en los textos bíblicos y en nuestras celebraciones. “Jesús es la luz del mundo” y a nosotras se nos llama a vivir como hijas de la luz. No es fácil, dar luz a las diversas situaciones de la vida, aportar lo que vivimos y hacerlo.
A la metáfora de “Vosotros sois la luz del mundo” le siguen dos imágenes subordinadas que explican su sentido: la del poblado en lo alto del monte y la de la lamparilla colgada en el interior de las casas. El poblado en lo alto es el punto de referencia para el caminante, la lamparilla en la casa hace posible los quehaceres de la casa y la vida en ella. Es importante que nos fijemos en esto. El poblado y la lamparilla están sin más. Es el caminante o los que habitan la casa quienes aprecian su valor.
“Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. Así pasa con los que Jesús llama bienaventurados. Así tiene que pasar con nosotras. No tenemos que tener pretensiones de iluminar. Sencillamente estamos. Son los demás quienes tienen que descubrir nuestro estilo de vivir, nuestras buenas obras y desde ese descubrimiento estamos revelando la existencia de un Dios Padre.
Ser sal y luz es vivir en la pequeñez, ser testigos, acompañar a las que tenemos a nuestro lado, en la comunidad, con la gente con la que nos relacionamos, recordándoles nuestra sencilla fe, que es lámpara frágil, comida cotidiana sabrosa. Nuestra fe, es el esfuerzo por ver y hacer ver, llama de amor viva, faro en el mar, foco en el sendero, luna llena en la noche, poco más y poco menos, lo que hace que nuestra vida, tenga dirección y sentido. Ofrecérselo a otros, sin mucha elocuencia sino haciendo que nuestras actitudes, nuestros gestos y acciones, hablen por sí mismos, es el mejor método evangelizador para una contemplativa.
Que brille nuestra SAL (amor) y nuestra LUZ (fe) delante de la gente, para que, viendo el bien que hacemos, alaben a Dios. Es grande la confianza que Dios pone en nosotras, para que “brillemos”, frente a otros que viven en “oscuridad”. Tenemos una gran responsabilidad, como la de quien recibe unos talentos, que siempre son para el bien común. Hemos de cuidarlos y hacerlos crecer.