Domingo 5 Pascua - A 2023
Hoy el evangelio nos habla del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos. Y, también nos habla de la relación con su Padre.
Al final de la última cena Jesús anuncia a sus discípulos que se irá de su lado y que la comunión de vida mantenida hasta entonces con ellos llega a su fin. Comienza a despedirse de los suyos: ya no estará mucho tiempo con ellos. Los discípulos quedan desconcertados y sobrecogidos. Aunque no les habla claramente, todos intuyen que pronto la muerte les arrebatará de su lado. ¿Qué será de ellos sin él? Sienten miedo ante el futuro.
En toda despedida se amontonan las dudas y las preguntas y se vive un cierto clima de nerviosismo y de preocupación. Por eso Jesús les dice que “no perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí”.
Jesús los ve hundidos. Los discípulos no deben dejarse impresionar, no deben perder el ánimo y la cabeza, no deben sentirse preocupados e inquietos. Precisamente es ahora cuando han de encontrar en Dios y en Jesús su fundamento más firme y su apoyo inquebrantable. Sólo desde la fe serán capaces de afrontar esta situación. Ahora sin ver, los discípulos deberán abandonarse con ilimitada confianza al Padre y al Hijo.
Es el momento de reafirmarlos en la fe enseñándoles a creer en Dios de manera diferente: «Que no tiemble vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí». Han de seguir confiando en Dios, pero en adelante han de creer también en él, pues es el mejor camino para creer en Dios.
El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para estar permanentemente unidos. Para Jesús la muerte es el retorno a la casa del Padre. Exaltado y glorificado, él estará para siempre en comunión plena con el Padre.
Les dice “No perdáis la calma. Creed en Dios y creed también en mí” Esta exhortación no sólo está dirigida a los discípulos sino a todos los que en el futuro crean en él, también a nosotras. Jesús les descubre luego un horizonte nuevo. Su muerte no ha de hacer naufragar su fe. En realidad, los deja para encaminarse hacia el misterio del Padre. Pero no los olvidará. Seguirá pensando en ellos. Les preparará un lugar en la casa del Padre y un día volverá para llevárselos consigo. ¡Por fin estarán de nuevo juntos para siempre!
Tomás, el hombre realista y racional, dice que ni saben a dónde va ni mucho menos el camino. La respuesta de Jesús es un desafío inesperado: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Jesús se ofrece como el camino que podemos recorrer para entrar en el misterio de un Dios Padre. Él nos puede descubrir el secreto último de la existencia. Él nos puede comunicar la vida plena que anhela el corazón humano.
A los discípulos se les hace difícil creer algo tan grandioso. En su corazón se despiertan toda clase de dudas e interrogantes, no todo es perfecto y maravilloso, en el camino también encuentran obstáculos y no acaban de entender bien lo que Jesús les propone. Tomás pide seguridad de que el camino que van a recorrer es el correcto. Felipe quiere asegurarse de que ese camino es el que lleva verdaderamente a Dios. Y Jesús contesta que Él “es el camino y la verdad y la vida”, que el Padre y Él son uno solo y que “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, y quien conoce a Jesús está conociendo también a Dios, porque sólo a través de Jesús podemos llegar a Dios.
En ausencia de Jesús, sus discípulos debemos desempeñar entre los hombres el mismo papel que Jesús ha desempeñado entre ellos: ser testimonio de consuelo y testimonio de que Dios existe y de que es Padre, que se preocupa por nosotros y nos da una nueva vida. Es el anuncio que el hombre de hoy necesita ante tanta noticia triste (guerras, crisis).