Domingo 16 - A 2023
La parábola del trigo y la cizaña entraña una profunda lección de realismo: aceptar vivir en un mundo en el que coexisten la bondad y la maldad, el acierto y el error. A veces esto nos resulta tan duro que caemos en la tentación de querer hacer justicia a la ligera y por nuestra propia mano: ¡arranquemos la cizaña!
Jesús hablaba a las personas que, llenas de esta impaciencia, se preguntan: ¿Por qué tanta maldad? ¿Qué espera Dios para acabar con los que infringen tanto dolor a la humanidad? ¿Por qué se permite el triunfo de los corruptos y los malvados?
Pero Jesús calma nuestras impaciencias y nos invita a discernir, a tener una mente lúcida y un corazón sereno antes de tomar cualquier decisión. Una decisión tomada a la ligera puede echar por tierra proyectos cargados de vida, proyectos de humanidad.
Cuando no discernimos nos convertimos en jueces de los demás: Aquí, las personas decentes; allí, los irrecuperables. Es peligroso caer en la tentación de querer formar un hermoso campo de trigo donde solo entren los que “nos consideramos buenos”. Darle rienda suelta a esta actitud elitista puede generar actitudes tan poco evangélicas como la exclusión y la acepción de personas. En cristiano no caben expresiones tales como “Es una pena que haya tanta gente mala en el mundo; lo menos que podemos hacer es limpiar nuestro terreno, vivir entre verdaderos creyentes, entre gente limpia y buena. Soñar una iglesia de puros, de comunidades y familias puras donde los que no se ajustan a ese criterio son echados fuera no es real y no es evangélico.
Al apresurarnos a echar fuera los “elementos malos” podemos convertirnos en una secta: nada más que voluntarios y gente selecta, nada más que los que se conforman con las reglas; nada de desviados, nada de débiles, nada de medio convencidos.
Existen ciertamente grupos homogéneos que son fervorosos, heroicos: es el caso típico de los comienzos de las órdenes religiosas. Pero hay otros muchos mundillos de escogidos contaminados por el orgullo del buen trigo que detestan la cizaña porque ellos se creen los perfectos.
Jesús ve a su Iglesia de un modo muy distinto. Un pueblo de amplia acogida y de paciencia, un pueblo de gente bonita y de gente fea. Un pueblo de humildad y de esperanza.
Humildad. ¿Quién eres tú para eliminar la cizaña? ¿Te crees campo de trigo? ¿Por qué no? Pero un campo mezclado. Mira tu corazón y tus hechos; así tolerarás mejor que los otros en el mundo y a tu alrededor sean también una mezcla sagrada.
Esperanza. Esa mezcla es una esperanza. Nadie es enteramente puro, pero tampoco hay nadie que sea enteramente malo. Todos podemos ir evolucionando positivamente, ¡gracias a Dios! Cuando se nos acepta pacientemente con nuestras taras, guardamos cierta esperanza de mejorar. Y cuando somos nosotros los que aceptamos la cizaña, seguimos en contacto con ellos y podemos ayudarles a convertirse en trigo. Esta parábola de la paciencia es una maravillosa parábola del progreso.
No tengamos miedo de descubrir la cizaña que anida en nuestro corazón, ya que el Señor está en medio de nosotras, en nosotras, haciendo crecer su Reino. “Él se goza y se complace, nos ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sof 3, 17-18) pues, como decía Juliana de Norwich:
“A pesar de nuestra vida insensata
y de nuestra ceguera en esta tierra,
nuestro Señor nos mira siempre regocijándose en su obra”