Domingo 22 - A 2023

domingo 22 a 2023Mateo 16,21-27

Una vez que los discípulos, por boca de Pedro, han confesado que Jesús es el Mesías, Jesús comienza con ellos una catequesis personalizada sobre el sentido de su mesianismo y que se concreta en el primer anuncio de su pasión. Les dice que “tiene que subir a Jerusalén, que tendrá que sufrir mucho, que lo matarán y que el tercer día resucitará”.

Esto choca frontalmente con la idea de mesianismo que ellos tenían, con las expectativas de un mesianismo triunfante, que somete con poder y fuerza a los enemigos de Israel. Jesús no deja de hablar de victoria, pero de un modo completamente distinto al que esperan los discípulos: primero tiene que ir a Jerusalén, someterse, padecer, incluso ser ejecutado. El triunfo sólo vendrá después de la completa derrota, mediante la resurrección “al tercer día”.

Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Le horroriza imaginar a Jesús clavado en una cruz. Sólo piensa en un Mesías triunfante. A Jesús todo le tiene que salir bien. Por eso, lo toma aparte y se pone a reprenderle: «No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte».

Jesús reacciona con una dureza inesperada. Este Pedro le resulta desconocido y extraño. No es el que poco antes lo ha reconocido como "Hijo del Dios vivo". Es muy peligroso lo que está insinuando. Por eso, lo rechaza con toda su energía: «Apártate de mí Satanás». El texto dice literalmente: «Ponte detrás de mí». Ocupa tu lugar de discípulo y aprende a seguirme. No te pongas delante de mí desviándonos a todos de la voluntad del Padre.

Jesús quiere dejar las cosas muy claras. Ya no llama a Pedro «piedra» sobre la que edificará su Iglesia; ahora lo llama «piedra» que me hace tropezar y me obstaculiza el camino. Ya no le dice que habla así porque el Padre se lo ha revelado; le hace ver que su planteamiento viene de Satanás.

El maestro invita al discípulo a continuar su camino detrás de él. Luego Jesús se dirige a todos los discípulos para señalarles que el camino del seguimiento por parte del discípulo también comporta la cruz. No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del Maestro. El anuncio del evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y resurrección de Jesús.

Jesús mismo impone tres condiciones a aquéllos que quieren ser sus discípulos: negarse a sí mismo, tomar la propia cruz y seguirlo (v. 24). Negarse a sí mismo quiere decir no centrar su vida sobre el propio egoísmo, sino en Dios y su proyecto (el Reino). Esto comporta la aceptación de adversidades y el soportar las dificultades. Pero, Jesús mismo nos ha dejado el ejemplo de cómo obrar en tales situaciones: basta imitarlo. Él no renunció al plan de Dios por miedo al dolor, sino que permaneció fiel hasta dar la vida. Pero precisamente fue de esta manera cómo llegó a la plenitud de la vida en la resurrección.

La gran tentación de los cristianos y la nuestra también, es siempre imitar a Pedro: confesar solemnemente a Jesús como "Hijo del Dios vivo" y luego pretender seguirle sin cargar con la cruz. Vivir el Evangelio sin renuncia ni coste alguno. Queremos seguir a Jesús sin que nos pase lo que a él le pasó.

No es posible. Seguir los pasos de Jesús siempre es peligroso. Quien se decide a ir detrás de él, termina casi siempre envuelto en tensiones y conflictos. Será difícil que conozca la tranquilidad. Sin haberlo buscado, se encontrará cargando con su cruz. Pero se encontrará también con su paz y su amor inconfundible. Los cristianos no podemos ir delante de Jesús sino detrás de él.

A continuación, Jesús propone una gran enseñanza para ser discípulo suyo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que carga con su cruz y me siga”. Explica que quien pierda su vida por su causa la encontrará, y “si uno quiere salvar su vida, la perderá”.

Este es nuestro programa: orientar y ofrecer nuestra vida por amor a Jesús, progresar en el amor venciendo el egoísmo.
Muchas veces hemos pensado que seguir a Cristo en serio, formar parte de sus seguidores de verdad es algo heroico y difícil; y es verdad, pero no del todo.

El seguir a Jesús así, no es heroico en el sentido de que haya que hacer grandes cosas, o incluso dar la vida por seguirle, como los mártires. No es ese el heroísmo que Dios nos pide hoy.

Pero sí es heroico en el sentido de que seguir a Jesús, significa que en las pequeñas cosas de cada día tenemos que ir cumpliendo con el deber, tenemos que realizar esas tareas con responsabilidad y con el esfuerzo de cada momento. Es decir: dando poco a poco nuestra vida en esa tarea diaria. Eso es seguir a Jesús.

Convenzámonos, "llevar la cruz" siguiendo a Jesús no significa añadir y buscar para nuestra vida nuevos sufrimientos, nuevas mortificaciones y nuevas cargas, como si esto nos identificara más con el crucificado. Quien de verdad quiere seguir a Jesús no se pone a buscar sufrimientos, se dispone a seguir el camino de Jesús que es desvivirse por los demás.

Jesús nos ofrece una vida nueva, llena de sentido y de paz interior, pero tiene un precio que hay que pagar inexorablemente. De esto también habla Jesús con toda claridad para que nadie se lleve a engaño. Habla de "negarse a sí mismo", de "cargar la cruz", de "perder la vida", de quemarla, en definitiva, para que se convierta en luz y calor. Jesús plantea sus exigencias en términos de radicalidad. Se trata de empeñar la vida entera, de entregarla a fondo perdido sin esperar recompensa en moneda terrena. Habla con toda claridad de renuncia, una palabra que hoy suena mal.