Domingo 30 - A 2023

domingo 30 a to 2023Mateo 22, 34-40

El evangelio de hoy nos presenta una vez más a Jesús acosado por personas influyentes del pueblo judío, como era los fariseos. Y, tras una serie de preguntas maliciosas y comprometedoras, le plantean una última cuestión, nada fácil de resolver: ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?

El Decálogo del Sinaí se había convertido, con el paso del tiempo, en un total de 613 mandamientos que difícilmente se podían aprender y cumplir. Se sentía la necesidad de reducir a lo esencial aquella maraña interminable de prohibiciones 365, y de prescripciones 248. Queriendo encontrar luz, pero intentando a la vez poner a Jesús en apuros, algunos fariseos le plantean la cuestión.

Jesús satisface con gusto su curiosidad. Para la primera parte, la relativa al amor de Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, se sirve de unas palabras que todos los judíos sabían de memoria. Las palabras de la oración del Shemá que rezaban por la mañana y por la tarde. Para la segunda parte, la relativa al amor al prójimo como a uno mismo, Jesús compendia toda una serie de preceptos bien conocidos igualmente en Israel.

Así pues, Jesús no inventa nada con su respuesta. Amar a Dios y amar al prójimo eran dos preceptos claros para todo judío piadoso. Sin embargo, nadie hasta entonces se había atrevido a tratarlos como semejantes, presentándolos de este modo en una unión indisoluble. Aquí está la sorprendente novedad de la respuesta de Jesús. No basta con amar a Dios, tampoco es suficiente con amar sólo al prójimo. El amor auténtico lleva en sí mismo esa doble dimensión.

Para que el amor sea verdadero y auténtico ha de mirar a la vez a Dios y al prójimo. Debemos cumplir la voluntad de Dios, debemos serle agradecidos, debemos pedirle ayuda en nuestras necesidades y perdón por nuestras miserias. Pero es necesario también que miremos a nuestro alrededor y que amemos con gestos concretos de amor a los demás. Será la señal de que amamos verdaderamente a Dios, porque “quien no ama a su hermano, a quien ve, ¿cómo puede decir que ama a Dios, a quien no ve? (1 Jn 4, 20)

Lo que Jesús nos enseñó sobre el amor, como el mandamiento primero y fundamenta, lo corroboró con su vida. Por amor al Padre y por amor a los hombres se entregó a la muerte, y a la muerte en la cruz, símbolo para siempre del verdadero amor.