Domingo 4 Adviento - B 2024

                               Lucas 1, 26-38

Las palabras primeras del ángel Gabriel son, al mismo tiempo, unas palabras de saludo y bendición y una buena noticia, la mejor de las noticias: María eres la “llena de gracia”. De ahí, la invitación a la alegría: “Alégrate”: porque no hay motivo mayor de alegría que sentirnos llenos de la gracia de Dios. Esas palabras primeras preceden a una llamada, la llamada a una misión: la presencia de la gracia de Dios en María es el punto de partida para una llamada: dejarse tomar por Dios para su obra de redención.

Dios “está” plenamente en la vida de una mujer sencilla de una pequeña población de Galilea. Dios se hace presente en ese contexto de sencillez, por el que, seguramente, nadie habría apostado. Y le pide a esa sencilla mujer de Nazaret, María, lo que ella nunca había imaginado y que, incluso en ese momento mismo, le resulta difícil de asimilar: “Ella se turbó grandemente… ¿Cómo será eso? …”

El Dios que se hace presente en la vida de María de Nazaret,

es un Dios que no ha dejado ni deja de hacerse presente en este mundo a lo largo de toda la historia, en muchas mujeres y hombres, de nombre y lugar desconocido, pero que también se han sentido llenos de la gracia de Dios y que, movidos por esa abundancia de gracia, y por la alegría que ella genera, se han entregado también en cuerpo y alma a colaborar y hacer posible el proyecto de Dios para el mundo.

Son, y no exageramos, Dios nuevamente encarnado. Como María, no han puesto ninguna excusa, tampoco la de su pobreza o limitación, para la entrega, porque saben que lo decisivo no es su pobreza humana, sino la gracia de Dios: “porque no hay nada imposible para Dios”.

¿Dejamos que Dios “esté” en nuestra vida? ¿Le dejamos entrar? Con toda su fuerza, con toda su gracia… O ¿tenemos miedo de dejarle entrar por si nos complica la vida, por si nos pide cambios que no deseamos, por si nos saca de nuestros pequeños mundos?

¡Qué equivocadas estamos si le tenemos miedo al Dios de Jesús! Quizá no nos lo ponga fácil, pero sí que su entrada nos llenará de alegría y llevará a plenitud nuestra capacidad de amar y de servir. O quizá pueda pasar aquello que decía San Agustín: “Dios no encuentra sitio en nosotros para derramar su amor, porque estamos llenos de nosotros mismos”. Y eso, si sucede, es una pena.

No olvidemos tampoco que el Dios que se sirve de algo tan pequeño como una joven de Nazaret como punto de partida para llevar adelante su plan de salvación, sabe encontrar también los “Nazaret” de este mundo nuestro, que nos parece tan perdido, para también hoy llevar adelante sus designios. Por eso hay esperanza, porque Dios ha escogido y sigue escogiendo lo pequeño de este mundo, lo impensable, para hacerse presente en él con toda la fuerza de su Amor.