Domingo 3 Adviento - B 2023
Hoy celebramos el domingo de la “alegría” que sigue y completa el tono de consolación del domingo pasado. Toda la liturgia de hoy está transida de gozo. La oración colecta ya nos invita a “celebrar la Navidad con alegría desbordante”. En Isaías leemos: “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”. San Pablo nos exhorta: “Estád siempre alegres”.
Y, ¿Cuál es el motivo de tanta alegría? Pues que Dios está cerca. La Navidad se aproxima. Dios viene a nuestra vida en Jesús para cumplir sus promesas de salvación.
En un mundo de tanto sufrimiento, con tantos problemas, no está mal que los cristianos escuchemos esta invitación a la alegría, a la esperanza, basadas en la buena noticia de que Dios ha querido entrar en nuestra historia para siempre.
El evangelio nos presenta de nuevo la figura de Juan Bautista en una escena en el que le piden que se autodefina. Él tiene claro que no era el Mesías, él era solo testigo, precursor del que había de venir. Los sacerdotes y levitas no se atreven a ir ellos a preguntarle y le envían mensajeros para saber quién era aquel hombre que comenzaba a ser conocido en toda Judea.
Juan conoce perfectamente hasta dónde llega su misión y cuál es su significado: “Yo soy la voz que grita ene l desierto, allanad el camino al Señor”. Y les hace una acusación “en medio de vosotros hay uno que no conocéis, al que no soy digno de desatar la correa de sus sandalias” Juan los invita a que tengan el valor de descubrir a ese otro que es el verdaderamente importante.
Y esta invitación nos la hace hoy a nosotros. Cada una debemos intentar descubrir a ese Jesús que sigue en medio de nosotros y es posible que pase desapercibido.
Juan fue enviado para una misión: preparar los caminos del que tenía que venir. Él se conoce a sí mismo, sus respuestas están llenas de sinceridad y sencillez. Él conoce su identidad. Es humilde, sabe sus límites. Confesó sin reservas quién era y quién no era, anduvo en verdad.
La figura de Juan nos invita a la humildad y a la autenticidad. Él era un hombre reconocido y estimado, sin embargo, no se aprovecha del fervor popular para “adueñarse” del mensaje y de la luz. No duda en decir, “yo no soy el Mesías… no soy digno de desatar las sandalias del que viene tras de mí”. Se define entonces como un testigo de la luz y como una voz que clama en el desierto invitando a preparar los caminos para el que sí es el Mesías y la Luz que no tiene ocaso: Jesús.
Se dice que Juan no era la luz sino testigo de la luz. Como él, todo seguidor de Jesús, si lo es de verdad, está llamado a ser testigo la luz y a través del testimonio ayudar a otros en el camino de esa búsqueda de esa luz.
El evangelio de hoy nos hace una llamada a uno de los valores más evangélicos, y quizá más olvidados en la sociedad y en la Iglesia de hoy: la humildad. Humildad en la vida personal, en la comprensión de uno mismo y también humildad apostólica, en la comprensión de la misión a la que se nos llama. Juan el Bautista nos enseña que, quizá sorprendentemente, una voz humilde en medio del desierto espiritual de hoy es la voz que puede resonar con más fuerza y más credibilidad y disponer para la acogida del auténtico y único Señor.