1 Cuaresma - B 2024
El primer domingo de Cuaresma la liturgia nos presenta cada año a Jesús tentado por el diablo. Los relatos de Mateo y de Lucas son amplios, el de Marcos es breve y escueto; se limita a decir que “El Espíritu lo empujó al desierto y permaneció allí cuarenta días, siendo tentado por Satanás…”
La tentación fue una realidad constante en la vida de Jesús. De ningún modo podía mostrar mejor que era en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. También él experimentó en lo más íntimo de su ser esa lucha, esa contradicción interna entre saber lo que se debe hacer y sentir el deseo de no hacerlo, de dejarse llevar por la corriente, por lo más cómodo, por lo menos comprometido.
Aunque Mateo y Lucas hablen de tres tentaciones diversas, en realidad se reducen a una sola: la de cumplir la misión encomendada por su Padre en el Bautismo, no bajo el signo de la debilidad, la humildad y la ignominia de la cruz, sino bajo el signo del sensacionalismo, del poder y la gloria de este mundo. Jesús rechazará una y otra vez esa tentación de presentarse y de actuar como el Mesías de la ostentación y del poder avasallador.
Las tentaciones que Satanás presenta a Jesús son, en el fondo, las mismas con que tienta a todo hombre y a toda mujer en cualquier tiempo y lugar. Apuntan a esos deseos profundos que están en el corazón humano y se refieren a lo que ofrece el mundo a sus seguidores. San Juan los denomina como “apetitos desordenados, codicia de los ojos y afán de riquezas” (I Jn 2,16). Al igual que en el paraíso, la tentación se presenta como algo bueno y apetecible. Sin embargo, Jesús no se deja engañar y desenmascara al Maligno, proponiendo como sabiduría para la vida y la salvación, no las apetencias, deseos y aspiraciones humanas, sino la Palabra viva de Dios.
La tentación no se apartó de Jesús a lo largo de su vida y tampoco se apartará de nosotras, ni siquiera en este tiempo de Cuaresma. La tentación nos acompañará siempre como nuestra propia sombra. Pero no hemos de temer. Nuestra vida, no está sólo bajo la sombra amenazadora de la tentación, sino que nos acompaña también la sombra protectora de aquel que venció al tentador, permitiendo que nuestras tentaciones se transformen en medios de progresar en el camino de la madurez humana y de la santidad.
Al final de su relato, Marcos pone en boca de Jesús una propuesta clara: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”. El Reino de Dios llega. Viene el Señor trayendo la gran noticia del amor de Dios y su perdón, y ofreciendo su salvación. Nos ofrece la posibilidad de un vivir de manera distinta, en el que Él esté vivo y presente, capacitándonos para compartir su vida, viviendo como Él y en su compañía, y unidas a todos sus seguidores. Desde esta experiencia tendremos la posibilidad de ser testigos alegres del Dios vivo, en medio de nuestro mundo tan necesitado de Dios y su salvación.
Pero el don de Dios reclama una actitud de apertura y acogida por parte de cada una. La fe en el Dios vivo es reconocimiento de su realidad y de su bondad, pero sólo se hace fe viva cuando es acogida por un corazón creyente.
Podemos decir que todo el mensaje de Jesús es una llamada al cambio. Algo nuevo se ha puesto en marcha con su venida. Dios está cerca. Su reinado de justicia, libertad y fraternidad comienza a abrirse camino entre los hombres. Desde ahora mismo, hay que creer en esta buena noticia. Hay que reaccionar y vivir de manera nueva, como hijas de un mismo Padre, como hermanas de todos los hombres.
Se nos pide dar un paso decisivo. Creer desde el fondo de nuestro ser que somos hijas de un Padre, y que nuestra felicidad y nuestro último destino es vivir como hermanas.