Santísima Trinidad - B 2024
La Iglesia nos invita hoy a recordar al Dios Trinidad, Lo celebramos dando gracias al Padre porque ha enviado a su Hijo para revelarnos, comunicarnos cómo es Dios y porque así nosotras podemos llamarle Padre.
Lo celebramos también dando gracias a Jesús nuestro hermano, el Hijo de Dios, en su vida nos deja ver cómo es nuestro Dios y nos ha enseñado a hablar con Él. Lo dijo en su diálogo con Nicodemo: “Quien me ve a mi ve al que me ha enviado”. Viendo a Jesús, viendo su vida, podemos intuir cómo es el Dios de Jesús. Dios no es una idea oscura y abstracta, ni una energía oculta, ni un ser solitario. Dios es amor desbordante, así es Jesús.
Y lo celebramos pidiendo al Espíritu que Jesús ha enviado sobre nosotras, que abra nuestros corazones y le aceptemos y le amemos.
La Trinidad es un misterio, de Dios sólo se puede hablar de forma aproximada y de su experiencia lo mismo. Siempre es difícil hablar de Dios y siempre corremos el riesgo de terminar hablando de nosotras mismas como si fuéramos dioses, o como si Dios fuese igual que un hombre.
Sabemos muy poco de Dios… dice San Agustín: “Si piensas que has comprendido, entonces no es Dios, al que has comprendido” Pero conocemos lo suficiente a través del Hijo, para no perder el tiempo en discusiones inútiles.
En el Evangelio vemos a Jesús despidiéndose de los once discípulos. Unos se postran ante Él y otros vacilan. Es la última hora. Pero en el camino de la fe nada está garantizado. Siempre es posible la inseguridad.
Con todo, Jesús confía en todos ellos, en los que creen y en los que dudan. No los ha llamado porque eran perfectos, pero espera que lo sean. A pesar de la resistencia y la debilidad de que han dado pruebas, Jesús sigue confiando en ellos.
A unos y a otros, Jesús los deja como continuadores de su misión y de su obra. A todos les encomienda una triple misión: hacer discípulos, bautizarlos y enseñarles a guardar todo lo mandado por Él.
En el centro de ese programa misionero está la referencia al Dios Trinidad. La vocación de cada uno y la reunión de la comunidad nacen de ahí. Bautizar a las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo no es sólo una fórmula ritual, es la última y definitiva lección de Jesús.
El misterio de la Santísima Trinidad, que celebramos hoy, es un gran misterio: un solo Dios en tres Personas, misterio grande pues se refiere a la esencia misma de Dios, y grande también por lo imposible de entender y de captar, menos aún de explicar, pues es una verdad que sobrepasa infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano.
Sin embargo, lo importante de este misterio no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra podremos vivir este misterio de una manera oscura, incompleta. Sin embargo, en el cielo podremos vivirlo en plenitud porque veremos a Dios tal cual es.
Nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el cielo. Pero ya aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidas a la Santísima Trinidad y a ser habitadas por las tres Personas. Jesús nos dijo: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él, y haremos morada en Él. (Jn 14, 23)
Hoy es un día para adorar, alabar, agradecer. Alabamos a Dios, nuestro Padre, por su amor; agradecemos la vida nueva que nos ha dado en Jesucristo, sintiéndonos guiadas por la fuerza del Espíritu que ha derramado en nosotras.
Siempre que nos esforcemos, mucho o poco, por construir una comunidad en la que cada una vayamos aprendiendo a convivir, a compartir y a dialogar, estaremos celebrando a ese Dios que en lo más íntimo de su ser, es apertura, diálogo, entrega mutua, amor a otro.
Que, al meditar la profundidad del Misterio de la Santísima Trinidad, podamos vivir lo que nos dice San Pablo al final de la segunda Carta a los Corintios, que es esa frase trinitaria importantísima que se repite al comienzo de cada Misa: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros” (2 Cor. 13, 14).
Y que así podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima Trinidad y la unión de nosotras entre sí, pues es ese Dios Trinitario Quien nos une. ¡Que así sea! ¡Amén!