Domingo 23 - B 2024
El milagro que nos invita a contemplar el evangelio de hoy nos puede parecer un milagro “menor”, si lo comparamos con otros milagros del evangelio como pueden ser las sanaciones de leprosos, o devolver la vista a un ciego de nacimiento o resucitar a Lázaro. Pero no lo es… Consideremos la situación vital de la persona a la que Jesús sana.
“Un sordo que apenas podía hablar”. Estamos no sólo ante limitaciones físicas como la incapacidad de oír y de hablar. Ambas sumadas nos presentan a una persona inhabilitada para la relación humana y para la convivencia social, alguien condenado a vivir al margen de toda relación social y destinado a la marginalidad de quien es incapaz de comunicarse. Sin olvidar el dolor interior y la frustración que viven las personas que no pueden oír y que no pueden expresar con palabras sus pensamientos, sus afectos, sus sentimientos.
La acción de Jesús en esta persona es ciertamente “devolverle” a la vida, tiene mucho que ver con una re-creación de la persona, algo que las lecturas de hoy mencionan, tanto la primera lectura del profeta Isaías: “Mirad a vuestro Dios que viene en persona, resarcirá y os salvará” (Isaías 35, 4). O aquellas palabras de la gente que contempla el milagro: “Todo lo ha hecho bien” que evocan aquellas primeras palabras del Génesis: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis 1,31).
La vida plena para la persona es siempre una vida en relación interpersonal, en comunidad. La acción de Dios, y la experiencia de Dios, nos devuelven siempre al encuentro con las demás personas. Somos creadas no para encerrarnos en nosotras mismas (que es el trágico destino reservado para quienes no pueden comunicarse) sino para abrirnos a la comunicación y al servicio de nuestras hermanas.
Hay otro detalle en el evangelio de hoy que nos choca y que también está cargado de significado: el modo cómo Jesús obra el milagro. “Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua”: un contacto físico que incluso puede herir o repugnar a nuestra sensibilidad actual y que, por otra parte, resultaba absolutamente innecesario o prescindible. Bastaban las palabras de Jesús.
Pero, también como tantas otras veces y en tantos otros milagros, Jesús busca el contacto físico, extremo en este caso, como un gesto de cercanía. De esa cercanía de Dios a la humanidad que se obra en la encarnación y que Jesús expresa incluso físicamente.
Lección e invitación a la cercanía al dolor humano para cada uno de nosotros y para la Iglesia que nos recuerda que no bastan ni intenciones ni para anunciar y hacer activa la salvación de Dios, sino que hay un cuerpo a cuerpo humana y evangélicamente inevitable.
Darío Mollá, SJ