Domingo 24 - B 2024
La liturgia hoy nos presenta en el evangelio el episodio de Cesárea que ocupa un lugar central en el evangelio de Marcos. Jesús, hoy nos hace una especie de "control", de "evaluación" a la actitud de sus discípulos. Y lo hace a base de dos preguntas solamente: ¿Qué dice la gente sobre mí?; Y vosotros ¿qué decís?; ¿qué soy yo en vuestra vida?
Después de oír las respuestas les afirma: que le espera un camino de sufrimiento y de muerte en cruz y que, quien quiera seguir su camino, ha de estar dispuesto a tomar su cruz cada día, a perder la vida.
Después de un tiempo de convivir con él, Jesús hace a sus discípulos una pregunta decisiva: "¿Quién decís que soy yo?". En nombre de todos, Pedro le contesta sin dudar: "Tú eres el Mesías". Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él.
Pero la idea que tenía Pedro, así como los demás apóstoles, del Mesías era muy equivocada. Ellos tenían una concepción más política que religiosa, más de liberación nacionalista, contra los romanos, que la del Reino tal como Jesús lo entendía.
Jesús sabe que Pedro y los demás no llegan a comprender lo que significa Mesías. Todavía les falta aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras, pero todavía no saben lo que significa seguirlo de cerca compartiendo su proyecto y su destino. Marcos dice que Jesús "empezó a instruirlos". No es una enseñanza más, sino algo fundamental que los discípulos tendrán que ir asimilando poco a poco
Desde el principio les habla "con toda claridad". No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento lo acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al reino de Dios. Al final, será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado violentamente. Sólo al resucitar se verá que Dios está con él.
Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Su reacción es increíble. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para "increparlo". Había sido el primero en confesarlo como Mesías. Ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacer comprender a Jesús que lo que está diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de cambiar esa manera de pensar.
Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del desierto que busca apartar a las personas de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos e increpa literalmente a Pedro con estas palabras:"Ponte detrás de mí, Satanás": vuelve a ocupar tu puesto de discípulo. Deja de tentarme. "Tú piensas como los hombres, no como Dios".
Luego llama a la gente y a sus discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No las han de olvidar jamás. "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga". Seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomar en serio a Jesús. No bastan confesiones fáciles.
Cuando las cosas han ido bien (fama, milagros, aclamaciones, etc.) es fácil seguir a Jesús. Pero cuando siguen los derroteros del dolor, del sufrimiento, de la persecución, de la cruz, ya es otra cosa. Jesús nos recuerda hoy que, si le aceptamos, ha de ser de modo total: en la alegría y en el sufrimiento; en la aclamación y en la persecución; en la luz y en la cruz.
La vida resulta dura: unas veces por su misma naturaleza; otras veces porque nos hacemos sufrir demasiado unos a otros. Jesús nunca habló de que hay que buscar la cruz porque el sufrir sea bueno. Lo que Jesús dice es que seguir su palabra, cumplirla, el ayudar a vivir, podrá llevar consigo persecuciones e incluso la muerte. Así fue para él.
El Evangelio exige la "aceptación" del sufrimiento y hasta de la persecución, porque la voluntad de Dios está en juego. Y es preciso estar dispuestas, como dice Jesús, a perderlo todo para ganarlo todo: el que quiera seguirme, que tome su cruz.
Lo que tenemos que hacer nosotras es reavivar nuestra adhesión a la persona de Jesús; sólo cuando vivamos "seducidas" por él seremos testigos creíbles. Por nuestra fidelidad plena a Dios alcanzaremos la luz de la gloria, como Jesús la alcanzó. Y, entonces Jesús será para nosotras el verdadero Salvador y Mesías, tal como confesó el apóstol Pedro.
Hoy Jesús nos hace la pregunta a cada una de nosotras, ¿quién soy yo para ti? Nuestra respuesta no puede ser teórica, no podemos responder repitiendo lo que aprendimos en el catecismo. La respuesta debe de ser existencial. Debe de brotar de lo profundo de mi corazón.
¿Es realmente Jesús el que da sentido a mi vida? ¿Ocupa en centro de mi corazón o también hay otros diosecillos que me ocupan? ¿Jesús es la persona por la que daría mi vida, lo único que me importa en la vida…? Esta es la respuesta que Jesús espera de mí.