Domingo 25 - B 2024
Marcos nos presenta hoy el segundo anuncio de la pasión de Jesús. Camino de Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos sobre el final que le espera. Lo quiere hacer en un ambiente de intimidad pues no quería que nadie lo supiera. Insiste una vez más en que será entregado a los hombres y estos lo matarán, pero Dios lo resucitará.
Los discípulos no entendieron el mensaje y les daba miedo preguntarle. Porque las expectativas de los judíos y de los discípulos sobre el Mesías esperado iban por otro camino; esperaban un Dios poderoso, fuerte, que les librara de la opresión de los romanos, les enriqueciera y les diera la libertad, como queda demostrado en la conversación que van teniendo por el camino.
Al llegar a Cafarnaúm, Jesús les pregunta: "¿De qué discutíais por el camino?". Los discípulos se callan. Están avergonzados. Marcos nos dice que, por el camino, habían discutido quién era el más importante. Ciertamente, es vergonzoso ver al Crucificado acompañado de cerca por un grupo de discípulos llenos de ambiciones.
También en ocasiones nos sucede a nosotras, cuando nos dejamos llevar por la ambición, por el deseo de ser importantes, de ser las primeras.
Una vez en casa, Jesús se sienta, llama a los discípulos y se dispone a darles una enseñanza. La necesitan. Estas son sus primeras palabras: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". En el grupo que sigue a Jesús, el que quiera sobresalir y ser más que los demás, se ha de poner el último y será el servidor de todos.
La verdadera grandeza consiste en servir. Para Jesús, el primero no es el que ocupa un cargo de importancia, sino quien vive sirviendo y ayudando a los demás. Una enseñanza hermosa y exigente.
Para que lo entendamos bien, Jesús nos pone como ejemplo a un niño: con lo que el niño tiene de frágil y desamparado, desposeído de todo poder; sobre todo en aquel mundo antiguo en el que los niños eran muy poco considerados y valorados. "El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí sino al que me ha enviado".
La figura bíblica del niño no es símbolo de inocencia y ternura, sino de marginación e indefensión. Los niños eran pequeños esclavos de los adultos, sobre todo en las clases populares.
No les puso como ejemplo al rico, al político, al poderoso, al guerrero, sino al débil, sencillo, humilde, desarmado.
Quiere que los discípulos lo recuerden siempre así. Identificado con los débiles. Mientras tanto les dice: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí...acoge al que me ha enviado".
La enseñanza de Jesús es clara: el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tanto?
El verdadero camino de seguimiento de Jesús, que conduce a la salvación y a la vida, es el camino de la pequeñez (como la “infancia espiritual” de santa Teresa de Lisieux), del servicio y de la cruz.