Domingo 21 - C 2025

domingo 21 c 2025Lucas 13, 22-30

Hoy la Palabra de Dios nos invita a contemplar un tema central en nuestra fe: la salvación universal. Isaías nos presenta a un Dios que convoca a todos los pueblos, sin fronteras ni exclusiones. La salvación no es un privilegio reservado a unos pocos, sino un don que Dios ofrece a toda la humanidad. Ya desde los profetas encontramos esta promesa: que, de oriente y occidente, del norte y del sur, todos acudirán a sentarse en la mesa del Reino.

Sin embargo, cuando en el Evangelio le preguntan a Jesús: “¿Serán pocos los que se salven?”, él no da un número. No alimenta la curiosidad estéril, sino que nos dirige a lo esencial: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. La salvación no es una lotería ni un privilegio automático. No basta con decir “soy judío”, en el tiempo de Jesús, ni hoy basta con decir “soy católico” o “ya cumplo con mis sacramentos”. La salvación es un camino de conversión y compromiso.

Jesús nos recuerda que la puerta es estrecha porque no podemos pasar cargados de egoísmo, indiferencia, orgullo o mediocridad. Para entrar, necesitamos vaciarnos de lo que sobra y revestirnos de misericordia, perdón y amor. Dios salva, sí, pero no sin nosotros. Quiere nuestra colaboración, nuestra libertad, nuestra respuesta.

El Concilio Vaticano II nos enseñó a mirar también más allá de nuestras fronteras: en todas las religiones, en todo hombre y mujer fiel a su conciencia, actúa el Espíritu de Dios. Como decía Gandhi, todos los caminos conducen a la misma meta. Y es verdad que en cada tradición hay semillas de luz y de verdad que debemos reconocer con respeto y gratitud. Pero al mismo tiempo, como cristianos afirmamos con convicción que Cristo es la puerta definitiva, la revelación plena del amor de Dios. Él mismo nos dice: “Yo soy la puerta; el que entre por mí se salvará”.

Por eso, hermanas, el mensaje de hoy tiene dos dimensiones inseparables:

Universalidad: la salvación está abierta a todos, nadie queda fuera del amor de Dios. Esto nos da esperanza y nos llama a la fraternidad, al diálogo, a valorar lo bueno que hay en los demás.

Exigencia personal: no podemos vivir de apariencias ni de mínimos. Ser discípulas de Jesús exige esfuerzo, perseverancia, entrega cotidiana, vivir su Evangelio en lo concreto: ser misericordiosas, perdonar sin medida, compartir con los necesitados, buscar siempre el Reino y su justicia.
La Buena Noticia de Jesús no es un camino fácil, pero es el camino que da sentido y plenitud a nuestra vida. La puerta es estrecha, sí, pero no está cerrada. Es una puerta abierta, que solo nosotras podemos cerrar si nos cerramos al amor y al perdón.

Hoy pidamos al Señor la gracia de no contentarnos con una fe superficial o rutinaria. Que su Espíritu nos impulse a vivir con decisión el Evangelio, a entrar cada día por esa puerta estrecha que es Jesús, y a construir juntos un mundo donde nadie quede excluido de la mesa del Reino.