Domingo 22 - C 2025

domingo 22 c 2025Lucas 14, 1.7-14

Hoy el Evangelio nos muestra una escena sencilla pero profundamente reveladora. Jesús entra a la casa de un fariseo en sábado para compartir la mesa. Todos los presentes lo observan, pero Él, con mirada limpia y penetrante, ve la realidad de los corazones: los invitados buscan los primeros puestos. Esta escena nos interpela también a nosotras: ¿cuántas veces buscamos destacar, recibir elogios, ser reconocidas, aunque sea de manera sutil? Jesús conoce esa herida de nuestro corazón y nos ofrece un camino distinto: “Cuando te inviten, ocupa el último lugar.”

No es simplemente una norma de cortesía, sino un estilo de vida. El Reino de Dios no se conquista con apariencias ni poder, sino con la humildad de quien sabe ponerse en el último lugar. Jesús mismo vivió esto: siendo Hijo de Dios, no vino a ser servido, sino a servir, y su primer puesto fue la cruz. Desde allí nos enseña que la verdadera gloria no viene de los hombres, sino del Padre.

Jesús va más allá al dirigirse al anfitrión:

“Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos.” Esta es una llamada a la gratuidad: amar sin esperar nada a cambio, abrir la mesa y el corazón a quienes no pueden retribuirnos. La verdadera dicha no depende de reconocimientos humanos, sino de la certeza de que Dios siempre nos recompensa.

Este Evangelio nos invita a contemplar el corazón de Jesús: Él busca siempre a los pequeños, a los olvidados, a los que nadie cuenta. Y nos invita a hacer lo mismo: reconocer nuestra propia necesidad de humildad, acoger a los demás con gratuidad, servir sin esperar recompensa. Humildad y gratuidad: dos palabras que entrelazadas nos llevan a la alegría del Evangelio. Cuando nos hacemos pequeñas y damos con generosidad, nos encontramos con el corazón mismo de Dios.

En definitiva, este pasaje nos invita a una conversión profunda: a pasar de la soberbia a la humildad, dejando de lado la búsqueda de honores y reconociendo nuestra pequeñez; y a pasar del cálculo a la generosidad, amando y sirviendo a los demás, especialmente a los más necesitados, no por lo que pueden darnos, sino por lo que somos llamadas a ser.

Es un Evangelio que nos anima a vivir una vida que busca la aprobación del Padre, no la del mundo, una vida de humildad y generosidad que nos transforma y nos hace verdaderamente "dichosas", con una felicidad que es ya un anticipo del Reino.