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2 Adviento - A 2025

Mateo 3, 1-12

En este segundo domingo de Adviento, la voz de Juan el Bautista vuelve a resonar con fuerza: “Preparad el camino del Señor.” No es un mensaje lejano ni abstracto: es para todos, para quienes hoy escuchamos esta Palabra con el deseo —o al menos con la intuición— de que Dios quiere acercarse a nuestra vida.

Preparar el camino no significa tenerlo todo perfecto. Significa reconocer que hay obstáculos interiores: prisas, miedos, rencores, cansancios, pequeñas durezas del corazón. Cada uno conoce sus propios senderos torcidos. Y, sin embargo, la buena noticia es esta: el Señor no se queda esperando a que tengamos el camino despejado. Él quiere venir precisamente a esa realidad concreta, frágil, enredada a veces, pero amada por Él.

Juan nos invita a la conversión, no como una exigencia pesada, sino como una oportunidad. Convertirse es abrir espacio, dejar que la luz entre, permitir que Dios haga en nosotros lo que solos no podemos lograr. Un gesto de paciencia, un perdón buscado, una oración breve pero sincera, una reconciliación pendiente: todo eso es preparar el camino.

Y Juan señala siempre a Cristo: “El que viene es más fuerte que yo.” Él es el centro del Adviento. No nuestra capacidad de cambiar, sino su capacidad de transformar. Él viene con misericordia, con verdad, con una paz que no humilla ni exige, sino que levanta y renueva.
Que este domingo podamos quedarnos con una pregunta sencilla:

¿Qué pequeño tramo de mi camino necesita hoy ser abierto para que el Señor pueda entrar?

Si ofrecemos ese espacio, aunque sea pequeño, Él hará el resto. Porque sigue llegando. Porque sigue viniendo. Porque desea caminar a nuestro lado y llenar nuestra vida de su luz.