Segundo Domingo Adviento 2018 - Ciclo C
En la liturgia de hoy irrumpe la figura de Juan Bautista, enraizada en la historia, predicando “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”.
La predicación del Bautista es iluminada mediante la cita de Isaías 40, “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” .
¿Cómo abrirle camino a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio a Jesús en nuestra vida?:
• Abajando nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia.
• Rectificando nuestra voluntad.
• Corrigiendo nuestras asperezas.
• Poniendo alegría en nuestra vida para que Jesús tenga una acogida calurosa y encuentre corazones amigos esperándole.
La llamada e invitación del Bautista es para hoy, para nosotras. El camino que lleva a Dios y por el que Dios se acerca a nosotras, es el camino de nuestra conversión.
El Adviento nos recuerda la invitación que Dios nos hace a prepararnos para su venida:
”que se eleve nuestra oración; que descienda nuestro orgullo; que se suavice nuestro egoísmo y nuestra soberbia; que se enderece nuestra conducta de excesos o defectos, que no seamos indiferentes al dolor de nuestros hermanos, que luchemos para que se acaben las desigualdades y triunfe, de una vez para siempre, la justicia”.
Pero ha de ser una preparación realizada gozosamente y con desbordante alegría porque celebramos nuestra liberación, nuestra salvación, la salvación de toda la humanidad. Y, si lo hacemos así, “Todos verán la salvación de Dios”.
“Felices quienes siguen confiando, a pesar de las circunstancias adversas de la vida.
Felices quienes tratan de allanar todos los senderos: odios, marginaciones, discordias, enfrentamientos, injusticias.
Felices quienes bajan de sus cielos particulares para ofrecer esperanza y anticipar el futuro, con una sonrisa en los labios y con mucha ternura en el corazón.
Felices quienes aguardan, contemplan, escuchan, están pendientes de recibir una señal y, cuando llega el momento decisivo, dicen: sí, quiero, adelante, sea, en marcha…
Felices quienes denuncian y anuncian con su propia vida y no sólo con meras palabras.
Felices quienes rellenan los baches, abren caminos, abajan las cimas, para que la existencia sea para todos más humana.
Felices quienes si acarician la rosa, acercan la primavera, regalan su amistad y reparten ilusión a manos llenas con su ejemplo y sus obras.
Felices quienes cantan al levantarse, quienes proclaman que siempre hay un camino abierto a l esperanza, diciendo: “No tengáis miedo, estad alegres. Dios es como una madre, como un padre bueno que no castiga nunca, sino que nos acompaña y nos alienta, pues únicamente desea nuestra alegría y nuestra felicidad”
Madres Benedictinas – Palacios de Benaver (Burgos)