Tercer Domingo Adviento 2018 - Ciclo C
La liturgia de este domingo es una explosión de alegría. “Estad siempre alegres, os lo repito: estad alegres porque el Señor está cerca” nos dice san Pablo. Y el profeta Sofonías nos dice también: “¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón! Porque el Señor perdona nuestra deuda.
Este mismo júbilo nos acompañará ya hasta la Navidad, para celebrar que el amor y nuestra alegría, Cristo Jesús, viene a nacer sobre nuestra tierra, en nuestra pobre carne humana. La causa de nuestra alegría es que el Señor está cerca.
El evangelio de hoy nos presenta a Juan en el desierto. Está anunciando que viene el Mesías prometido, el que va a poner todas las cosas en orden, el que va abrir un nuevo futuro para el pueblo. Y la gente se le acerca. Escuchan que hay que convertirse como medida fundamental para prepararse para la venida del que viene.
Si es necesario convertirse, qué significa eso en la práctica. Cada uno pregunta desde su vida y recibe su respuesta de parte de Juan.
• A la gente en general les dice que compartan sus bienes con los que no tienen. El que tenga dos túnicas debe dar una al que no tiene ninguna; el que tenga más comida de la que necesita debe dar de comer al que no tiene para comer.
• A los publicanos que no roben al cobrar los impuestos. No deben estafar, ni tratar de recaudar más impuestos de los legítimamente establecidos.
• A los soldados les pide que no utilicen la violencia, que no abusen de su poder contra los débiles e indefensos.
Juan el Bautista fue un auténtico profeta de la justicia y de la fraternidad. Predica una conversión que no sólo es personal, sino que busca también una renovación social.
¿Qué podemos hacer ante un mundo cargado de llanto y de sufrimiento?
La respuesta de Juan es precisa y lapidaria: Compartid, sed justos, sed honestos e incorruptos. Todo un reto de cambio para aquel tiempo y para hoy.
El Bautista nos recuerda que no existe auténtica conversión si no luchamos contra el egoísmo que lleva a acumular bienes materiales y si no buscamos cambiar las actitudes cotidianas de nuestra vida que nos alejan de Dios y de los hermanos.
En ninguna de las respuestas de Juan se dice que convertirse consista en hacer mucha oración y mucha penitencia para llegar obtener el perdón de nuestros pecados. Parece que a Juan el pasado no le importa. Juan mira al futuro. Convertirse es cambiar de vida desde ya, comenzar a actuar de otra manera, más justa, más equitativa, más fraternal porque así nos quiere Dios, porque esa es la voluntad de Dios, compartir lo que se tienen con los hermanos que carecen de ello.
En definitiva, a aquellos que tienen interés por convertirse y le preguntan a Juan qué han de hacer para ello, éste les responde con cosas concretas, según la situación de cada uno.
Hoy, también nosotras, que deseamos convertirnos para preparar el camino al Señor, le preguntamos a Jesús qué hemos de hacer. Él no nos pide cosas abstractas, sino más bien concretas, adaptadas a nuestra vida. ¿Qué tengo que hacer yo? Es una buena pregunta que podemos hacernos en este domingo.
MI PAZ Y MI ALEGRIA ERES TU, SEÑOR.
Vienes en silencio y tus pasos, Señor, producen en mí:
serenidad, confianza y paz.
Por eso espero tu llegada y preparo mi interior. Anhelo la Noche Santa de la Navidad y afino las cuerdas de mi alma, con la verdad, la espera, el silencio, la humildad y la vigilancia. Porqué sé, mi Señor, que mi alegría será plena y radiante cuando nazcas para siempre en mí. Amén
Madres Benedictinas - Palacios de Benaver (Burgos)