Tercer Domingo Tiempo Ordinario - C
Después del comienzo del Evangelio, pasamos directamente al pasaje en el que Jesús vuelve a su pueblo después del bautismo y de las tentaciones en el desierto. Jesús, sobre quien descendió el Espíritu Santo en forma de paloma el día de su bautismo, llevado por este mismo Espíritu al desierto para ser tentado, vuelve ahora a Galilea con la fuerza del Espíritu.
Vuelve a su tierra, al pueblo donde se había criado, para dar comienzo a tres años intensos en los que anunciará, con su palabra y con su vida, el proyecto del Padre para la humanidad. Entra en la Sinagoga un sábado, como era su costumbre. Lee el libro del profeta Isaías, concretamente el pasaje en el que Isaías presenta al Mesías como el ungido por el Espíritu”. La expectación, me imagino, debería ser enorme.
Este joven, al que sus paisanos vieron crecer por las calles polvorientas de Nazaret, vuelve como un Maestro que enseña con autoridad haciendo que su fama se extendiera y las gentes le alabaran. Cuando entra en la sinagoga nadie queda indiferente… “Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y cuando termina de leer el pasaje proclama: “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”.
De este modo, Jesús se presenta ante sus paisanos como el Mesías prometido, el ungido de Dios, el Cristo. En Él se cumplen las promesas hechas por Dios al pueblo de la Antigua Alianza. Él es aquél a quien esperaban los israelitas, el enviado por Dios.
Jesús es enviado para dar la Buena Noticia a los pobres,
para anunciar la libertad a los cautivos,
y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos,
para anunciar el año de gracia del Señor.
Jesús viene a abrir nuestros ojos y a proclamar el "Año de Gracia". Este se proclamaba cada 47 años y significaba el perdón de todas las penas, la cancelación de todas las deudas y la vuelta de las tierras a sus antiguos propietarios. Jesús ofrece un perdón sin límites y sin condiciones. ¿Cuándo será esto?, se preguntan sus oyentes y nos preguntamos también nosotras.
Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Hoy, también para nosotras, puede ser ese gran día para ti y para mí, si la Palabra de Dios que escuchamos comienza a ser viva y eficaz, porque es espíritu y vida. Un “hoy” que se repite muchas veces en el evangelio y que hace referencia a la actualidad, a nuestra situación personal y comunitaria: "Hoy se cumple esta Escritura".
Jesús es el profeta de Dios dedicado a liberar la vida. Solo le podremos seguir si aprendemos a vivir con su espíritu profético. Su actuación es Buena Noticia para la clase social más marginada y desvalida: los más necesitados de oír algo bueno, los humillados y olvidados por todos.
Jesús se siente enviado a cuatro grupos de personas: los pobres, los cautivos, los ciegos, y los oprimidos. Los pobres lo sienten como liberador de sufrimientos; los cautivos, como el que les quita sus opresiones; los ciegos lo ven como luz que libera del sinsentido y la desesperanza; los pecadores y oprimidos lo reciben como gracia y perdón. Son los que sufren los que más dentro lleva en su corazón, los que más le preocupan.
Y, nosotras como seguidoras de Jesús, los pobres, los que sufren, los descartados son los que más dentro también deberíamos de llevar en nuestro corazón. Si no son ellos quienes nos preocupan, ¿de qué nos estamos preocupando?
Nos empezamos a parecer a Jesús cuando nuestra vida, nuestra actuación y amor solidario puede ser captado por los sufren como algo bueno. Seguimos a Jesús cuando nos va liberando de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o deshumaniza.
Madres Benedictinas - Palacios de Benaver (Burgos)