Quinto Domingo Ordinario - C
Las lecturas de este domingo nos hablan de llamadas, de vocaciones: la de Isaías, Pablo y Pedro. La llamada de Dios en cada uno de ellos va precedida de una teofanía o manifestación de Dios. Dios, antes de confiar al hombre una misión particular, se le revela y da a conocer.
Toda llamada es gratuita, es un don que Dios nos ha dado sin previo merecimiento nuestro. A Pedro Jesús le llamó para que fuera pescador de hombres, al profeta Isaías Dios le llamó, entre otras cosas, para que fuera el cantor de la misericordia, de la justicia y de la gloria de Dios, a San Pablo le llamó para que anunciara el evangelio a los gentiles.
También a cada una de nosotras Dios nos ha llamado, nos ha dado una misión concreta y determinada. Todas y cada una de nosotras debemos ser cantoras de la misericordia, de la justicia y de la gloria de Dios como Isaías: predicadoras de su evangelio como Pablo; pescadoras de hombres como Pedro y los apóstoles. Debemos hacerlo con nuestra palabra y, sobre todo, con nuestra vida.
Dios siempre nos está llamando y quiere que, en el momento histórico en el que vivamos, seamos cantoras de su misericordia, de su justicia y de su gloria, predicadoras de su evangelio, pescadoras de hombres. Debemos hacerlo con humildad, pero con fortaleza, con valentía y con amor. Mientras vivimos tenemos la obligación de ser fieles a nuestra vocación; nuestra vocación, en este mundo, sólo se acaba con la muerte. Hasta que Dios nos llame para que vivamos definitivamente junto a él, gozando de su presencia en el cielo. Esa será la última llamada.
El Evangelio de hoy nos acerca a un momento de la vida de Jesús. Está hablando de Dios a la gente, cerca del lago. El gentío es grande y pide a Pedro que le deje subir a su barca para hablar desde ahí. Cuando termina, le invita a remar mar adentro para echar las redes.
Ahí se produce la confusión. Ya habían estado toda la noche trabajando y no habían pescado nada. Pero en su nombre vuelven a echar las redes. Se produce el milagro. Y, curiosamente la reacción de Pedro es parecida a la del profeta Isaías en la primera lectura: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Pedro se da cuenta de que Jesús es algo más que un predicador, que un profeta. Jesús es Dios mismo. No es el Dios en poder de la primera lectura, pero es Dios. Es Dios cercano, hecho hombre, amable, lleno de compasión y misericordia.
Curiosamente también, Dios actúa del mismo modo tanto en la primera lectura como en Evangelio: salva, purifica, perdona y envía. El profeta se sentía perdido e impuro, Pedro se sentía pecador. A los dos, Dios los recoge, los levanta y los hace colaboradores de su plan de salvación. “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”.
Para Isaías y para Pedro, y también para nosotras, se abre un nuevo futuro más allá de nuestras limitaciones, de nuestros pecados. Dios nos llama a colaborar con él, a ser mensajeras y testigos de su amor y de su misericordia para todos los hombres y mujeres. Y todo eso por pura gracia y amor de Dios.
Madres Benedictinas - Palacios de Benaver (Burgos)